El otro día asistí a una de esas reuniones dirigidas a los trabajadores que algunas empresas celebran por navidad, donde el Gran Timonel explica cómo ha visto el ejercicio que acaba, y qué retos ve en el que nos espera. Se trata siempre de motivar, pero con cautela. De impulsar, pero no dar. De empujar, pero no prometer.
En un momento del turno de preguntas, un 'colaborador', como se llama eufemísticamente a los asalariados, se quejó al presidente de la empresa de que, tras una reciente adquisición de una unidad de negocio, los recién llegados, que se habían constituido en mayoría, habían iniciado una verdadera caza y captura de cabezas de los colaboradores en minoría. 'Como si la empresa que había adquirido fueran ellos' -concluyó.Por supuesto, el presidente rechazó las quejas, asegurando que en una adquisición se aprovechaban los mejores talentos de ambos bandos.
'Qué bueno', pensé. Lo que este colaborador sugiere es que, cuando hay una adquisición, dado que la empresa adquiriente ha demostrado más talento que la adquirida (una empresa vence, se come, a la otra), sus colaboradores adquieren la potestad de ejercer ese derecho de paso frente a los trabajadores de la empresa adquirida. Y todo lo demás es contranatural.
En realidad, el presidente expresaba sólo un deseo. El de que las integraciones sirvan para eso: para quedarse con lo mejor de ambos mundos. Pero el trabajador airado expresaba una realidad.
Las selecciones de personal raramente se alimentan de criterios de eficacia. La afinidad personal, lo que comúnmente se llama amiguismo, es la fuerza motriz de los procesos de selección. En ocasiones, se le reviste de un aire digno, y se le llama 'cuestión de confianza'. En cualquier caso se trata de valorar por encima de todo el encaje del recién llegado con nosotros, en lugar de buscar aprovechar el potencial del recién llegado, ajustando, si es preciso, nuestra propia estructura.
Este es el factor que con mayor frecuencia arruina las supuestas 'sinergias' en las fusiones. Reequilibrios de poder que se resuelven por mayoría simple, donde la valía personal no solo no sirve, sino que se convierte en un genuino peligro.
Sí, creo que el presidente pecó de una, quizá, aparente inocencia. El trabajador solo se quejaba de que las cosas no funcionaban como debieran.
"Quien se integra, debe acatar".