Y no sólo eso. También el más barato, y el más potente, y el más ubicuo.
En 2004, dos indios de nombre impronunciable, un gringo y un dominicano presentaron un trabajo sobre un sistema operativo autoconfigurable para llevar en el bolsillo.
Lo llamaban SoulPad, y le atribuían el poder de reencarnarse en cualquier máquina, aunque no tuviera software de ningún tipo pre-instalado, ofreciendo al usuario una experiencia personal y familiar. Personal en el sentido de que podría adaptar a su gusto el aspecto y las funciones del sistema. Familiar en el sentido de que podría transportar sus preferencias de una máquina a otra, de forma que siempre le pareciera estar trabajando en el mismo ordenador.
El único requisito era que la máquina hospedadora tuviera un puerto USB 2.0 al que conectar el disco conteniendo el sistema operativo y los archivos de usuario.
Pues bien, en el 2009 ese concepto está ganando terreno con tal fuerza que bien podría cambiar el aspecto de las cosas que han de venir.
Ya no se necesita ni tan siquiera un disco duro externo. Basta uno de esos ubicuos lápices de memoria, con un montón de Gigabytes de capacidad, al que cargar mediante una sencilla utilidad un sistema operativo cualquiera. Desde las más poderosas distros GNU/Linux hasta el viejo Windows XP. De SoulPad ya no se acuerda nadie. Lo siento mucho, IBM. A veces el progreso es injusto. Ahora, a estos sistemas se les llama genéricamente Live USB.
Arrancar un ordenador desde un disco compacto, sin utilizar para nada discos duros, no es una novedad. Durante años, los técnicos informáticos se han venido aprovechando de la docilidad de los sistemas GNU/Linux para arrancar un ordenador y explotar sus recursos, o curarlo de virus, sin importar qué sistema operativo o protección de inicio de sesión tenga. Se trata de Live CD, el más directo antecesor de los sistemas Live USB.
Pero esto va más allá. Lápiz en ristre, podemos arrancar un ordenador cualquiera fiando a su propia RAM la totalidad de la sesión, o permitiendo la grabación de datos en el propio lápiz o en el hospedador. Luego, podemos llevarnos el trabajo a otra máquina. Lógicamente, podemos separar los datos del sistema operativo propiamente dicho, de forma que acabe por ser totalmente irrelevante. Exactamente el mismo concepto que emplean los modchips de las consolas Nintendo DS, pero a lo bestia.
Por ejemplo, usamos una diminuta aplicación Cd2usb para incrustar un sistema operativo completo Ubuntu en un lápiz USB de 4 GB. La propia aplicación se encarga de descargar la imagen del sistema operativo, si no disponemos de ella. Luego, podemos escoger si deseamos que el sistema se instale en el disco duro, o sólo se ejecute desde el lápiz de memoria, y grabándole o no datos. Ni siquiera requiere formatear el lápiz. Por cierto, en unos años, los niños desconocerán qué cosa son los lápices de grafito. Esos de escribir y dibujar.
Podemos concebir así máquinas ideadas para este tipo de operación Do It Yourself en lugares públicos y empresas, con la gente transportando sus sistemas en lápices de unos pocos gramos de peso, encriptados para hacerlos virtualmente inviolables.
Y, si al otro lado del ordenador, ya no sólo tonto, sino directamente inconsciente, le añadimos una potente estructura de nubes de computación, llevaremos la virtualización al Karma total.
¿Lo veis en el horizonte? ¿Lo veis? ¡Oh, sí, Señor, y es una visión gloriosa! ¡El Live Phone!
Cargo una SD en mi móvil. Me acerco a un ordenador y lo arranco desde mi teléfono, así sin manos, usando una especie de Bluetooth ultrarápido. En segundos, tengo ante mi el sistema con el que trabajo habitualmente. Me aprovecho de los recursos del ordenador, pero todos los cambios se almacenan en la memoria de mi móvil. Me alejo del ordenador, y éste se apaga, sin vida. Le he arrancado el alma, me la he llevado conmigo en busca de un nuevo hospedador.
El crimen perfecto.