lunes, agosto 04, 2008

Corre, corre, cometa

El cometa 109P/Swift-Tuttle no tuvo una buena infancia.

Maltratado por los planetas, fue lanzado a los abismos exteriores del sistema solar, y vivió en la indigencia y sin nombre, aunque eso si, adivinado por chinos, japoneses y coreanos, hasta que un alma caritativa, el americano Lewis Swift, le puso un bonito collar con el nombre de 'Cometa 1862III', porque ese año se se habían descubierto otros dos cometas.

Y tan bonito era que, tan sólo unos días después, otro buen samaritano, Horace Parnell Tuttle, volvió a tomarlo por un cometa descarriado y volvió a bendecirlo, aunque pronto tuvo que admitir que aquel cometa ya tenía nombre. Aunque fuera tan prosaico como 1862III.

Pronto se le relacionó con la tremenda lluvia de estrellas acaecida 14 años antes, y a partir de aquel momento, ya no era un cometa cualquiera.

Sin embargo, presa de su natural desconfianza, el pequeño volvió a su guarida, muy alto sobre el sol.

Y, sin embargo, pese a la extraordinaria longitud de su órbita, cada mes de agosto la Tierra, al atravesar con su propia órbita la del 1862III, barría millones de toneladas de polvo cometario que, al entrar en su atmósfera, ardían en miles de pequeñas estrellas fugaces, teniendo como fondo la constelación de Perseo.

Por ese sencillo motivo, llamaban a esa lluvia de estrellas fugaces la lluvia de las Perseidas, aunque ninguna de las estrellas de la constelación de Perseo se enteraba. Y el verdadero culpable, el pequeño e inefable 1862III, volaba impune e invisible en torno al sol, ya que nadie había conseguido establecer sus elementos orbitales con tan pocos avistamientos.

Bien es verdad que algunos quisieron predecir su retorno en 1981, creyendo haberlo reconocido entre antiguos registros históricos, pero faltó a la cita, y se llegó a pensar que ya nunca lo volveríamos a ver.

Las órbitas del cometa Swift-Tuttle, en rojo, y la Tierra, vistas desde el hemisferio sur.


No fue hasta 1992 cuando el señor Tsuruhiko Kiuchi se topó con él al ir a buscar el periódico y, leyendo la plaquita de su collar, descubrió que no era otro que aquel al que daban por perdido. Y no sólo eso: ahora lucía una segunda cola.

Cuando fueron por fin capaces de establer el sendero que seguía el esquivo 1862III, confirmaron lo que ya sospechaban... que su naturaleza le obligaba a vagar eternamente en torno al sol, y por eso le cambiaron la plaquita por otra que decía 109P/Swift-Tuttle, en honor a que otros 108 cometas periódicos ya habían sido catalogados con anterioridad.

Pero, durante todos estos años, con y sin nombre, el paso de la Tierra por su órbita ha seguido marcando la época de canícula boreal, y evocando románticas noches, llenas de oportunidades para pedir deseos al paso de una estrella fugaz.

Algunos dicen, en ominoso tono, que sólo espera su momento, la oportunidad de vengarse, abalanzándose desde las remotas alturas oscuras del sistema solar sobre el planeta azul.

Eso si antes los enamorados no lo han convencido de que lo que un cometa al morir más anhela es convertirse en una lluvia de deseos.

La Tierra atraviesa la órbita del cometa Swift-Tuttle, en rojo, cada mes de agosto, dando origen a la lluvia de estrellas más famosa del año. Visto desde la Tierra, representada aquí junto a la órbita lunar, en sentido progrado, las constelaciones de Tauro, al sur, y Perseo, al norte aparecen como fondo de la órbita cometaria.


Agradecimientos a Chris Laurel, por Celestia, y a Maxim por los datos orbitales del cometa con los que he realizado los gráficos. Podéis encontrar una entrevista a Chris en este mismo sitio.

Más información sobre estrellas fugaces en Meteor Showers Online.