domingo, enero 29, 2012

Aurora

Cuando ves una estrella fugaz, pides un deseo. ¿Qué deberías hacer cuando ves una aurora?


Apenas habían transcurrido unas horas desde que despegara del aeropuerto de Girona-Costa Brava bajo un radiante sol, y ahora se encuentra en la helada noche boreal, conduciendo a lo largo de una rectilínea carretera entre infinitos bosques cubiertos de nieve.
Pero Robert no suelta prenda. A su lado, viaja una mujer que se no se cansa de mirar las siluetas de las colinas recortadas sobre el cielo estrellado. Ella hace tiempo que ha dejado de preguntarle dónde van y cuándo llegarán. No hablan. Robert sólo conduce sin perder de vista la carretera y el panel de control, iluminado en rojo sangre.
Finalmente, Robert ha tomado un desvío y un poco más tarde las luces del coche iluminan la nada espectacular entrada de una cabaña en la nieve. Sólo algunos detalles de color en los marcos de las ventanas revelan que la casa no está abandonada. Está esperando en silencio a sus huéspedes en la gélida noche invernal.
La casa cuenta en su jardín trasero con un embarcadero sobre el lago. Pero ahora el lago está helado y aparece iluminado por las estrellas como un manto monótono de una blancura fantasmal. Se puede pescar haciendo un orificio sobre su superficie. A este efecto, el alquiler incluye una caseta en el lago con su propio agujero y calefacción, le explicó la agencia.
Robert entra las maletas con el poco equipaje que la compañía de bajo coste les permitió traer e invita a Eva, que está un poco retraída, quizá muerta de frío, a seguirle dentro. La casa le parece a ella confortable, y lo inspecciona todo con la vista. La estancia principal es sencilla, pero espaciosa, y todo aparece limpio y ordenado. Y lo más importante: es cálida. Alguien ha dejado encendida la chimenea a la que corre a calentarse las manos, proyectando accidentalmente sombras chinescas en las paredes.
Y en el centro de la estancia, una pequeña mesa. Sobre la pequeña mesa, un mantel a cuadros. Sobre el mantel, dos platos vacíos separados por una vela encendida y una flor. Robert invita a Eva a sentarse en un pequeño taburete situado frente a la mesa. Robert desparece y regresa en un momento con bandejas de salmón ahumado, queso, uvas y una botella de vino. A Eva se le ilumina la cara. Tiene mucha hambre. Está claro que Robert tiene golpes escondidos. Cuando lo conoció, Robert era un hombrecillo de aspecto tristón. Pero Eva vio algo en sus ojos… Suspira. Ahora no puede recordar qué.
Ambos cenan en silencio. Robert olvidó traer música y Eva apenas levanta la mirada del plato para evitar encontrar los ojos de Robert. Cuando terminan, llevan los platos al fregadero. Ella se adelanta. Robert rodea su cintura y la trae hacia sí. Ella se deja hacer, mansamente. Pero Robert no hace las cosas de esta forma. La deja ir, y trata de reponerse con un toque de humor.
—Los lavo mañana —asegura Robert. No puedo permitir que algunos platos sucios me arruinen esta noche mágica —sonríe, pero Eva no le contesta. Parece ausente.
Robert la abraza de nuevo. No puede evitarlo. Ella es lo que más ama en esta tierra. Eva parece tener frío. Se ha arrodillado ante el fuego. Él la ha cubierto con una sábana dorada tachonada de estrellas, y ha besado su mejilla con timidez, acariciando su rostro. El espejo del vestidor refleja la escena a media luz, que a Robert se le antoja inspirada por una obra de Klimt. Pero ella no sabe quién es Klimt. Tanto da. Alguien sin importancia. La toma de la mano y la conduce a la cama.
De alguna forma, Robert desea respetar su reserva. Quizá ella esté emocionada por esta súbita escapada. Por este viaje sorpresa. De hecho, había pensado en la eventualidad de que ella no quisiera acompañarle, pero no había decidido qué habría hecho en ese caso. Eso es agua pasada. No merece la pena pensar en ello. Ahora están juntos en una cabaña en un remoto bosque, lejos de todo y de todos, frente a una amplia y bien mullida cama.
—Una vez, te pregunté qué preferirías antes de dormir si viviéramos juntos: que te contara un cuento o que te hiciera el amor. Y me respondiste…
—…primero cuéntame el cuento y luego hazme el amor —terminó ella, y ambos, por fin, rieron. Pero fue sólo eso: una risa un poco nerviosa, embarazada.
Ambos se desnudan de forma maquinal y se deslizan dentro del plumón. Eva descubre que huele a limpio, que su tacto es suave, cálido y ligero. Robert apaga la luz. Fundido en negro. Pero los ojos de Eva siguen abiertos y busca a alguien en la oscuridad, o quizá dentro de su mente.
Entonces, un lejano rumor rompe el silencio de la habitación y poco a poco se abre paso un débil rayo de luz que termina por inundar el dormitorio. Eva no puede creerlo… Una especie de techo solar se ha deslizado sobre sus cabezas, dejando al descubierto la bóveda celeste, aunque separada por un cristal que mantiene la cálida atmósfera interior.
Y más allá, miríadas de puntos luminosos titilan en el negro azabache del cielo nocturno.
Pero, por encima de todo, un irreal cortinaje de suaves tonos verde azulados parece ondular lentamente suspendido de los cielos, mecido por un extraño viento magnético.
—Mira, ésta es mi sorpresa. ¿Te gusta? Pues no es ni la mitad de hermosa que tu sonrisa —le susurra Robert al oído. Y Eva se hunde en su plumón hasta los ojos, un poco asustada porque jamás ha visto una cosa así.
Robert la abraza y pronto el cansancio del viaje les vence y ambos se duermen sin contar el cuento y sin hacer el amor. Robert y Eva yacen envueltos en un grueso edredón mientras sobre ellos prosigue con imperceptible ritmo el baile de los cielos.
Algún tiempo después, Robert se despierta. Habrá sido la luz de las estrellas. El cortinaje celeste sigue ahí, pero se ha tornado anaranjado. Tiene el impulso de despertar a Eva para mostrárselo, pero no lo hace. Para entonces, ya se ha convencido de que la sorpresa no ha terminado de impresionarla. Pulsa el mando a distancia y cierra el techo.
Se vuelve sobre ella, acaricia las suaves curvas de su vientre, tratando de adivinar el perfil de su rostro entre las sombras.
—Es curioso. Creí que ella también brillaría en la oscuridad. Pero no puedo distinguirla aunque está a mi lado —piensa.
A pesar de ello, a pesar de la oscuridad, siente su presencia, su suave calor, su tranquila respiración. Y acaricia su pelo y es feliz y todas esas cosas.
Mañana por la mañana. Sí.
Mañana la llevará al lago, y le dirá que el otro día el médico le llamó y le dio el resultado de los análisis. Le dirá que no son buenas noticias, pero se siente preparado. Le explicará que no se lo dijo antes para no preocuparla. Le dirá que lamenta no haberla conocido en otros tiempos, pero no se arrepiente de nada porque al amarla ha vivido lo que otros siquiera han soñado. Y probablemente Eva se eche a llorar. Pero en ese momento, él sacará de su bolsillo la verdadera sorpresa que ha traído consigo: un anillo de compromiso. De esta forma, asegurará su futuro cuando él no esté. Se le antoja que ella será una hermosa y joven viuda desconsolada, aunque espera que pronto encuentre alivio.
Y allí, bajo el sol de Laponia, a ella le parecerá que todo esto es bonito y que la muerte de Robert es sólo un pequeño paréntesis en una historia de amor sin final. O al menos eso le parece a él que sucederá. Pero por ahora, sólo acaricia el pelo de Eva y la mira dormir.
Pero Eva no duerme. Eva llora en silencio. No para de pensar. No sabe cómo pagará el alquiler si no encuentra pronto un trabajo. Eva piensa que quizá no ha traído ropa suficiente para tanto frío, aunque el conjunto con el que ha viajado le queda mono. Tanta humedad no le va bien, le produce asma. Eva piensa que debería dejar de ver de una vez a Iván. Es un hombre que la desprecia, violento, pero actúa como una droga sobre ella. Y el caso es que cree que lo ama y se pregunta qué estará haciendo en ese preciso momento mientras ella ha ido al culo del mundo a pasar frío con un hombre al que apenas conoce. Piensa que quizá Iván esté con otra mujer y se sobresalta. Siquiera ha notado que Robert la está acariciando en ese preciso instante, y hace tiempo que ha olvidado la danza de las auroras sobre ellos.
Se pregunta por qué aceptó esta invitación súbita, alocada. Quizá lo hizo por despecho, para olvidar a Iván; para ahorrar unos cuantos días de manutención en su pequeño piso. Y la verdad es que el salmón y el vino estaban buenos, aunque quizá comió demasiado.
Había también una posibilidad más oscura que a veces la perturbaba: Quizá buscara un amo. Había oído hablar del juego de la sumisión, y la figura autoritaria y madura que Robert proyectaba en la oficina le convertía en candidato al rol dominador que tanta curiosidad y atracción le producían. En cualquier caso, Robert no habría interpretado correctamente las señales, sumiéndose a sí mismo en una ensoñación amorosa de la que parecía no querer escapar. Finalmente, Eva habría terminado por descubrir lo fastidioso que resulta un dominador ablandado y confuso. Parte de esa confusión —tenía ella que aceptar— se derivaba del hecho de que Robert jamás aceptaría que todo hubiera sido tan sólo un juego.
Pero mañana debe volver a la realidad. No puede posponerlo más. Debe decírselo. Le dirá solemnemente que ella necesita libertad o cualquier otra cosa que él no puede darle. Que él es un buen hombre y un buen padre que debe regresar con su familia. Que ella nunca le olvidará, aunque deben dejar de verse. Pero, ¿cómo se lo dirá? No desea hacerle daño. «Enciende tu brain», se dice. Entonces, recuerda que Robert ha insistido en llevarla al lago a la mañana siguiente. En un entorno relajado, todo será más fácil. Él la comprenderá. Hecho.
Resuelto este aspecto, Eva se duerme arrebujada en su plumón nórdico y, sobre ella, el cielo y su mágico telón celeste gira ahora oculto tras un grueso techo de madera.
Dos días antes, y a una distancia inconcebible para ambos, el sol ha expulsado una enorme masa de plasma de su corona. Plasma magnetizado que ha cruzado el sistema solar y ha barrido la Tierra, precedida de una intensa lluvia de protones. El plasma ha provocado brillantes auroras en ambos polos, una de ellas esta noche sobre Robert y Eva, pero no ha dañado ningún sistema de energía ni de comunicaciones, ni en tierra ni en los cielos.



Mientras describía cosas que nunca he visto, escuchaba una canción de la australiana Kate Isobelle Furler, Sia, llamada Don’t Bring Me Down, incluida en su álbum Colour the Small One.

Al final de la vida, lo que más te duele es haber decepcionado a aquellos que te amaron.

Foto cortesía Juan Carlos Casado.

viernes, enero 20, 2012

Cuando el acosador es ella

Foto Diego Rodríguez

Muchos hombres no reconocen encontrarse en una relación abusiva. Se refieren a sus parejas con términos tales como 'mandona', 'dominante' o el más sofitiscado de 'manipuladora'. Pero puede que haya más que eso.


Te he resumido un artículo de la doctora Tara J. Palmatier que puede que te resulte revelador. Puedes leer más en Shrink4men.

Veamos, ¿reconoces alguna de las siguientes conductas en tu mujer?

1) El acoso. Si las cosas no se hacen a su manera, te vas a enterar. Ella quiere el control y recurre a la intimidación emocional para hacerlo. Utiliza ataques verbales y amenazas con el fin de conseguir que hagas lo que quiere. Así ella se siente poderosa y tú te sientes mal. Recuerda que los agresores suelen ser tener una personalidad narcisista.

Resultado: Pierdes tu autoestima y te sientes superado en número, triste y solo. Podrías incluso desarrollar un síndrome de Estocolmo, en el que te identificas con el agresor y defiendes su comportamiento ante los demás.

2) Expectativas no razonables. No importa cuánto te esfuerces y lo mucho que das, nunca es suficiente. Se espera que dejes lo que estás haciendo y atiendas a sus necesidades. No importa la incomodidad, ella es lo primero, y tiene una lista interminable de demandas que ningún mero mortal podría nunca cumplir.

Las quejas más comunes incluyen: "No eres suficientemente romántico", "no pasas suficiente tiempo conmigo", "no eres suficientemente sensible", "no eres suficientemente inteligente para entender mis necesidades", "no ganas suficiente dinero", "tú no eres suficientemente..." PON AQUÍ LO QUE QUIERAS. Básicamente, no eres suficiente, porque nada agrada esta mujer. Nadie va a ser suficiente para ella, así que no te lo tomes a pecho.

Resultado: Eres constantemente criticado porque no eres capaz de satisfacer sus necesidades y acabas experimentando una sensación de indefensión aprendida. Te sientes impotente y derrotado, porque te pone en situaciones sin salida.

3) Ataques verbales. No requiere mucha explicación. Emplea insultos de patio de colegio, patologizando (por ejemplo, armada con un conocimiento superficial de psicología utiliza términos de diagnóstico como lábil, paranoide, narcisista, etc. como una versión un poco más sofisticada de insulto), criticando, amenazando, gritando, jurando, utilizando el sarcasmo, la humillación, exagerando tus defectos, y burlándose de ti delante de los demás, incluyendo a tus hijos y otras personas que no la intimiden. El asalto verbal es otra forma de intimidación, y los matones sólo actúan así ante aquellos a quienes no temen, o con gente que deja que se salgan con la suya.

Resultado: Tu confianza en tí mismo y tu amor propio desaparecen. Puedes llegar a creerte las cosas horribles que te dice.

4) Sembrar la duda (Gaslighting). "Yo no hice eso. Yo no he dicho eso. No sé de lo que estás hablando. No fue tan malo. Te lo estás imaginando. Deja de hacer eso. " Si tu pareja es propensa a episodios de rabia narcisista o trastorno de personalidad, puede que no recuerde muy bien las cosas que ha dicho y hecho. Sin embargo, no duda de su percepción y la memoria de los acontecimientos: Se produjeron y fueron muy malos.

Resultado: Su comportamiento puede hacer que tengas duda de tu propia cordura. Es un comportamiento que te deja confundido, desconcertado e indefenso.

5) Respuestas impredecibles. Reacciona de manera diferente en días diferentes o en diferentes momentos. Por ejemplo, el lunes está bien que envíes un correo electrónico de trabajo con tu Blackberry delante de ella. El miércoles, el mismo comportamiento es "irrespetuoso, insensible que no me ama, eres un idiota engreído, un adicto." Pero el viernes podría volver a ser aceptable.

Que un dia te diga que algo está bien, y al siguiente no, es un comportamiento emocionalmente abusivo. Es como caminar a través de un campo de minas en el que las minas cambian de ubicación.

Resultado: Estamos constantemente en el borde, caminando sobre cáscaras de huevo. Su comportamiento acaba traumatizándote porque no puedes predecir sus respuestas. Te conviertes en hipervigilante a cualquier cambio en su estado de ánimo o potencial explosión, y eso te deja en un estado perpetuo de ansiedad y miedo, posiblemente. Es buena señal que temas este comportamiento. Da miedo. No te avergüence admitirlo.

6) El caos constante. Ella es adicta al conflicto. Le encantan la adrenalina y el drama. Deliberadamente, puede comenzar discusiones y conflictos como una forma de evitar intimidad o ser puesta en evidencia, para no sentirse inferior, para desconcertarte, o para evitar que la abandones. También puede buscar pelea para mantenerte comprometido o incluso como una forma de provocar una reacción hostil por la que ella pueda acusarte luego de ser abusivo y le permita jugar el papel de víctima. Esta maniobra es un mecanismo de defensa llamado Identificación proyectiva.

Resultado: Te deja emocionalmente KO. Tienes sensación de estar aturdido y confundido, sin saber qué cosa es qué. Esto es muy estresante porque requiere que estés alerta y en un estado constante de defensa.

7) El chantaje emocional. Amenaza con abandonar, con terminar la relación o hacerte el vacío si no cumples sus reglas. Juega con tus temores, vulnerabilidades, debilidades, con tu vergüenza, con tus valores, con la simpatía, la compasión, y otros "botones" para controlar y conseguir lo que quiere.

Resultado: Te sientes manipulado, utilizado y controlado.

8) Rechazo. Te ignora, no te mira incluso cuando estás en la misma habitación, se muestra fría, retiene el afecto, el sexo, descarta o desprecia tus ideas, invitaciones, sugerencias, y te empuja lejos cuando quieres estar cerca, para luego tratar de ser afectuosa cuando todavía te estás reponiendo del rechazo previo. Entonces, si no respondes, te acusa de ser frío y ser tú el que la rechaza, cosa que utilizará en el futuro como excusa para volver a alejarte.

Resultado: Te sientes indeseable, no deseado ni amado. Crees que nadie más te quiere y te aferras a esta mujer abusiva, y agradecido por las migajas de afecto que te muestra de vez en cuando.

9) Retención de afecto y sexo. Esta es otra forma de rechazo y chantaje emocional. No se trata sólo de sexo, se trata de fomentar la retención física, psicológica y emocional. Por ejemplo, falta de interés en lo que es importante para tí, tu trabajo, familia, amigos, aficiones, actividades. Despreocuparse o cortar las conversaciones.

Resultado: Tienes una relación transaccional en la que tienes que realizar tareas, comprar cosas, "ser amable con ella", o ceder a sus demandas con el fin de recibir amor y afecto. No te sientes amado y apreciado por lo que eres, sino por lo que haces por ella o le compras.

10) Aislamiento. Ella exige, o actúa de forma que te distancies de tu familia, amigos o cualquier persona que se preocupe por tu bienestar o sea una fuente de apoyo. Normalmente, esto implica destrozar verbalmente a tus amigos y familiares, ser abiertamente hostil con tu familia y amigos, o buscar confrontacion contigo ante ellos para que les sea tan desagradable como sea posible estar cerca de vosotros dos.

Resultado: Te haces completamente dependiente de ella. Te quita tus fuentes externas de apoyo y/o controla la cantidad de interacción que tengas con ellos. Te queda la sensación de estar atrapado y solo, con miedo de decirle a nadie lo que realmente ocurre en tu relación, porque sospechas que nadie te creerá.

No tienes por qué aceptar el abuso emocional en tu relación. Pide ayuda o termina con esa relación. La mayoría de las mujeres emocionalmente abusivas no quieren ayuda. No creen que la necesiten. Son víctimas profesionales, matonas, narcisistas con trastornos de personalidad. Una personalidad abusiva. No conocen otra forma de actuar en sus relaciones.

Hasta aquí el artículo original, que se centraba en el acoso femenino, quizá por menos conocido. Pero muchos hombres usan también este tipo de armas para mantener cautivas emocionalmente a sus mujeres, que en este caso siquiera pueden, a menudo, defenderse de las agresiones físicas.

En un caso u otro, recuerda que la vida es demasiado corta para pasar un segundo más en este tipo de relaciones. Si tu pareja no quiere admitir que tiene un problema y está de acuerdo en pedir ayuda, ayuda real, entonces lo mejor para tí es obtener apoyo, salir de esa relación y quedarte fuera. Quizá haya alguien ahí esperando a darte amor de verdad, sin pedir nada a cambio.

Es sólo un consejo.

Alegría (Happiness, Glück, Bonheur)

¿Cuál es la verdadera definición de alegría? Sentirse capaz de cualquier cosa, de volar, de desafiar a la gravedad, de convertirte en alguna otra cosa a voluntad. Estar a tu lado.

Shiro en Vomperbach, Austria (47.328, 11.677), diciembre 2011.
 Fotos Diego Rodríguez
Llevábamos ya muchas horas de coche y estábamos acercándonos a la bifurcación de la autopista donde debes escoger entre ir en dirección Munich o Viena, cerca de Innsbruck. Los campos blancos de nieve vírgen parecían de encantamiento y sólo de vez en cuando se veía alguien paseando al perro. Gran idea. Así que paramos y dejamos que nuestro Jack Russell de dos años, y que responde al nombre de Shiro, de nacimiento Quilmes de Zeldrak, saliera a campar un rato por la nieve.

En pocos minutos, Shiro nos regaló la verdadera definición de felicidad (happiness, Glück, bonheur, 幸福, אושר,... ).

Trata también tú de ser feliz y hacer felices a los que te rodean cada minuto de tu vida. ¿Se te ocurre mayor empresa? Ya sé que esto es fácil de decir, pero difícil de llevar a la práctica cada día. Pues empecemos por algo pequeño: un perrito en la nieve.

jueves, enero 19, 2012

El jardín vertical

Jardín vertical CaixaForum Madrid, Patrick Blanc, 2008.
Foto Diego Rodríguez
Nos disponiamos a comer algo cuando nos detuvimos delante del edificio de CaixaForum en Madrid. Pero no fueron las geométricas formas del edificio lo que nos llamó la atención, sino la pared del bloque contiguo, construido en 1900 y que otrora albergara las oficinas de una compañía eléctrica.

A primera vista, no era sino otra pared cubierta de hierbajos. Pero la disposición de las especies, su aspecto completamente normal cuando en realidad se encuentran colgando de un muro, terminaron por convencernos que nos encontrabamos ante una obra de arte oculta. Un verdadero jardín vertical de casi treinta metros de altura en el que el ojo puede perderse por sus suaves e idílicos contornos antes de toparse con un brutal corte lateral que nos conecta con el mundo real, que produce vertigo y sobresalto.

Su autor, Patrick Blanc, paisajista y botánico especialista en sotobosque tropical y colaborador del CRNS francés, inauguró su primer jardín vertical en La Villette de Paris en 1988, y hoy sus obras pueden admirarse en Osaka, Bruselas o Nueva York.

Pero lo que más me impresona, el elemento más perturbador, no es la vegetación en sí, sino el desafío que representa para la mente la confrontación del vacío descarnado con un entorno verde que nos resulta familiar y tranquilizador. Un poco al estilo de René Magritte.

Una evocación de la vida. Surrealista, sí. Como la vida.

sábado, enero 14, 2012

Encuentro al alba

Llevaba yo ya algunos kilómetros en las piernas y acababa de alcanzar el punto más alejado de mi carrera matinal, la Torre del Agua de Sabadell. Ahora, estaba enfilando una de las calles más largas y rectilíneas —la de Covandonga— de una ciudad que se distingue por sus calles largas y rectilíneas, herencia de su pasado fabril. Normalmente, la visión de estas calles que parecen perderse en el infinito no tiene un buen efecto sobre la moral del corredor, pero aquella madrugada me encontraba en plena forma, sumergido como estaba en la musica de mis auriculares.

Arriba, sobre las casas y en un cielo aún completamente oscuro, se recortaba nítida la constelación de Orión. Y justo en frente, en la lejanía, se perfiló de súbito una mancha oscura que parecía abarcar el ancho de la calle. Pero no era una mancha normal... Tenía vida. ¡Se movía! Tardé algunos segundos en determinar que se trataba de un grupo de personas, y un poco más en deducir que se trataba de un grupo de personas que estaban corriendo directamente... hacia mí.

Entonces, preferí descartar la explicación obvia y empezar a fantasear. Ahora yo no eran un grupo del Club Natació en un ejercicio matutino de fondo, no.

Ahora eran una partida del ejercito persa, quizá exploradores, para un único guerrero espartano y yo los acometería con furia y brava determinacion para darles muerte e impedir que dieran noticia de mi aldea a su sanguinario señor. Y lo hacía asiendo con fuerza mi lanza y corrigiendo mi rumbo para embestir al enemigo justo por medio, aunque me superaban en proporción de diez a uno. Nada de movimientos envolventes ni flancos. Mi corazón palpitaba mientras mis aletas nasales se dilataban. No sentía miedo, sino ardor guerrero. Esa especie de garra gigante que te atrapa y de la que no puedes huir aunque sabes que vas a tumba abierta.

A medida que nos aproximábamos, empezaba a revelarse con detalle la fuerza enemiga. Pude resolver un grupo compacto de algunos lanceros que corrían en línea, y ante ellos su jefe. También, a la izquierda, adiviné la presencia de una mujer guerrera, sin duda una amazona, a la que trataría con el debido respeto una vez la atravesara con mi lanza.

Un poco más adelante, pude incluso distinguir que algunos de los guerreros iban cubiertos con curiosos tocados de guerra o quizá fueran vendas que revelaban que se encontraban heridos y cansados tras haber librado alguna cruenta batalla. Quizá deba reconocer que —sin el concurso de la imaginación— tenían todo el aspecto de pasamontañas de lana para combatir el frío invernal.

Pero yo no estaba para tecnicismos. Viendo ya cercano el cuerpo a cuerpo —y la gloria— comprobé la empuñadura de mi espada, aumenté la cadencia de mis zancadas para ganar ímpetu en el asalto y así con más fuerza si cabe mi lanza, disponiéndome a lanzarla cual Aquiles.

Y así transcurrieron algunos segundos hasta que entramos en contacto. El comandante enemigo alteró un tanto su rumbo para acometerme a un ritmo vertiginoso, pero mi valentía era legendaría y no frené un ápice mi marcha.

Finalmente, y antes de volver a perdernos en la madrugada, cruzamos aceradas miradas en el estruendo del entrechocar de metales con un vigoroso Bon dia!

Sirena

Robert era un hombre atrevido. Aunque ocupado como oscuro funcionario, dedicaba sus fines de semana a ponerse en riesgo con todo tipo de actividades capaces de disparar su adrenalina.

Hasta que un día oyó hablar del mito de las sirenas. Son seres fabulosos que viven en el mar en forma de mujeres jóvenes de una extraordinaria belleza pero con cola de pez. Su canto es tan atractivo que son capaces de hacer perder el juicio a un hombre, arrastrándolo hasta el abismo.

Como actividad de riesgo, dejarse tentar por una sirena le pareció original y suficientemente peligrosa como para poner en alerta todos sus sentidos. Pero las sirenas no atraen a cualquiera. Se tiene que ser un Ulises, o alguien así, o tener suerte. O todo lo contrario.

Había una vez una diosa con cola de pez, que se llamaba Derceto. Quizá fuera ella la primera sirena. Pero Derceto no nació así. Derceto nació como una hermosa muchacha, por lo que fue puesta al servicio de Venus. Pero, al desarrollarse, ofendió a la diosa con su extrema belleza, y Venus, en venganza, le inspiró amor hacia un pastor. De este amor nació una niña, Semíramis, que llegaría a ser reina de Babilonia. Después de nacer su hija, el pastor se enamoró de Venus. O quizá fuera antes, pero lo disimulaba mejor. El caso es que Derceto, llena de ira, abandonó a su hija, hizo matar al hombre a quien había amado y se arrojó al mar dispuesta a suicidarse, lo que los dioses no permitieron. En su lugar, convirtieron en cola de pez sus esbeltas y bien torneadas piernas. Y así es como la belleza de Derceto le trajo desgracia y ruina.

Pero, claro, eso es lo que pasa con algunas chicas guapas, pensó Robert.

Desde aquel drama, y en desquite, las sirenas usan su belleza para atraer a los hombres y se vengan de ellos sin piedad, en pago por la infidelidad del pastor. Y no es cosa de tomárselo a risa.

Así que Robert se fijó en una joven becaria acabada de llegar, y vio en ella a la perfecta sirena. De una belleza de infinitos peligros, Atargatis se expresaba con dificultad en el idioma de Robert, dándole un misterioso encanto. A Robert no le fue dificil captar la atención de la sirena. Pese a tener un triste empleo, disfrutaba del amplio patrimonio que había heredado su esposa, y se podría decir que era feliz en su matrimonio y con sus tres hijos. Además, Robert era atractivo, y aunque nunca se había considerado un conquistador, se puede decir que conseguía lo que quería de una mujer. Todo un botín para una sirena sedienta de venganza.

Y esta vez, quería ver si aquella joven sirena seria capaz de hacerle estrellarse contra los arrecifes, como Derceto se vio impulsada a hacer al no soportar el dolor de la traición.

La primera fase de su plan consistía en seducirla, haciéndose pasar por un marinero. Un hombre sencillo pero de romántico corazón. El plan fue un éxito. A Atargatis no le importó que Robert no fuera tan siquiera un jefe de sección cuando le atrajo con la mirada en aquel rincón del archivo y ambos se besaran apasionadamente por primera vez.

El amor duró unas pocas semanas, y pronto Robert percibió como se iba despertando el apetito trágico de Atargatis, que empezó a rehuirlo y distanciarse, sabedora de que Robert iría tras ella.  Pero Robert no lo hizo, porque quería ver qué sucedía a continuación. Atargatis, en un principio confusa, terminó por aproximarse de nuevo, temerosa de haber perdido su presa entre las redes. Y así, durante los meses siguientes, ambos jugaron al juego del gato y el ratón, tensando la cuerda pero sin romperla jamás. Poniéndose mutuamente al borde de la ruptura, para llegar en el ultimo momento con alguna palabra de amor, algún beso furtivo que evite el adiós.

Robert comprendió que la tragedia exigía que no simulara, que todo peligro fuera real. Así que Robert le pidió el divorcio a su mujer y se despidió de su empleo, renunciando así a una forma de vida que tanto le había costado alcanzar, y le ofreció todo cuanto le quedaba, bien poco, a Atargatis.

Esto fue ya demasiada tentación para la sirena, que consideró que la venganza estaba a punto de cumplirse, a falta de un ultimo detalle. Robert le había ofrecido un costoso anillo de compromiso, que Atargatis aceptó, y ambos se citaron en un puente sobre el río para iniciar a partir de allí una nueva vida.

Pero Atargatis estaba enamorada de otro hombre. Porque Robert no era su pastor, ni estaba destinado a traicionarla, sino a ser traicionado por ella en venganza de aquella antigua ofensa. Todo esto era parte del guión, porque en realidad, todos los personajes estaban siguiendo un cuidadoso plan escrito por los dioses para su diversión mucho tiempo atrás. Pero era un drama que Robert había leído de antemano, y se sentía capaz de disfrutar como si, además de actor, fuera espectador.

Ésta era la esencia del juego: ¿Sería Robert capaz de saltar en el ultimo momento y abandonar el barco antes de estrellarse contra los arrecifes?

Y aquí lo tenemos caminando hacia el puente. Observad cómo se admira en los espejos de los escaparates. ¿Es la imagen de una víctima de un drama representado millones de veces? Robert parece más bien un astronauta embutido en su traje espacial, camino de la torre de lanzamiento.

¿Seré capaz de saltar?

En el otro extremo de la ciudad, Atargatis ha vendido el anillo que le regaló Robert y ha comprado para ella y su amante billetes para el otro hemisferio del mundo. Pero esto no lo sabe aún Robert.

Atargatis se abraza a su amante mientras atraviesan los controles del aeropuerto. Llevan poco equipaje.

Ella es feliz acurrucada en su pecho. Le acaricia. A través de las inmensas cristaleras, ve el incesante tráfico de aviones que parten, que arriban. Llegan al túnel que ha de conducirlos hasta el avión.

De vuelta al otro extremo de la ciudad, Robert ha llegado al puente y mira en derredor suyo. Sabe que Atargatis no vendrá. El drama lo exige. El tráfico es intenso, y nadie parece darse cuenta de que Robert ha empezado a llorar. Pero no sabe el motivo.

Éste es el momento del salto. Cuando cruzas las brazos, cierras los ojos y das el paso hacia el abismo.

En el tunel que ha de conducirlos al avión, Atargatis se ha detenido. Su hombre no se ha dado cuenta y ha caminado unos pasos más hasta que, extrañado, se ha detenido a su vez y se ha girado hacia ella.

—¿Qué pasa? ¿Has olvidado algo? —pregunta.

—No, no...

Pero Atargatis está llorando.

Y piensa:

«¿Seré capaz de saltar?»




Quizá te guste escuchar Tip Toe, del duo británico Goldfrapp, con ese toque electrónico y obsesivo al estilo Kraftwerk, pero lírico sobre todo en la sección melódica, cuando Alison repite 'Tears start' que envuelve la esencia de este...  ¿drama?

jueves, enero 05, 2012

El hombre que quería ver

Desde que le diagnosticaron aquella enfermedad, a Thomas sólo le apetecía dar largos paseos por el campo llevándose consigo su cámara y su fiel perro. En cada curva del camino, ante cada campo o bajo cualquier bandada de aves, Thomas sacaba invariablemente su cámara y tomaba fotografías. A veces, se detenía ante algún motivo, montaba un pequeño trípode y se pasaba largo rato sacando fotos y haciendo pruebas.

Luego, cuando su esposa se unía a sus paseos, le hablaba de técnicas y trucos fotográficos mientras trataba de hacer de ella su mejor alumno, aunque sólo obtenía un poco de su indulgencia. Pero Thomas fingía no darse cuenta.

Siempre aferrado a su vieja cámara, Thomas descubrió, practicó y refinó los innumerables trucos que había encontrado por Internet o que su siempre inquieta imaginación le dictaba.

Así, sus fotos fueron ganando en calidad técnica y expresividad, porque Thomas siempre interpretaba una historia en cuantas escenas retrataba. Su verdadero anhelo era igualar al ojo humano, producir imágenes cuya calidad las hiciera indistinguibles de la vida real, pero capaces también de conmoverlo, y en cuanto se acostaba para conciliar el sueño, le asaltaban ideas que mantenían su vigilia hasta bien entrada la madrugada. Toda esta actividad mental hacía que Thomas se sintiera extrañamente feliz para alguien que lo iba a perder todo.

Sus amigos interpretaban que, cercano ya su final, Thomas trataba obsesivamente de capturar para la eternidad todos aquellos momentos que vivía en la naturaleza, y se dejaban seducir por su pasión al mostrarles su último reportaje fotográfico. La verdad es que sus imágenes podían llegar a resultar verdaderamente inspiradoras porque ninguna técnica le era ajena.Y esto era porque Thomas había sido antes de la enfermedad un gran fotógrafo que había recorrido el mundo. Pero lo había olvidado todo. Había tenido que aprender de nuevo a hablar, a escribir, a usar una cámara fotográfica.

Ahora, de su cámara emergían bellísimos panoramas de grandes contrastes, secuencias ultrarrápidas de pájaros en vuelo, imágenes de árboles y cabañas que simulaban maquetas, secuencias mostrando el movimiento del sol y las nubes en el cielo durante el día, y de la bóveda celeste en la noche, o el nacimiento de una flor.

Incluso cuando no se encontraba en el campo, solía refugiarse en su estudio, desde el que se podía divisar el mar y una montaña a la que nunca había ido, para poder observar la evolución de la luz a lo largo del día, y los tonos siempre cambiantes del cielo azul, el ocre de la tierra, el gris plateado de las nubes o el verde marino.

Así, a medida que pasaban las semanas, las imágenes de Thomas iban adquiriendo cada vez mayor realismo e impacto. Sus vibrantes colores, la acertada composición de la escena o la belleza del sujeto capturaban cada vez con mayor fuerza el ojo del espectador.

Pero Thomas sentía que tenía todavía mucho que aprender. Había descubierto que, pese a todos los trucos fotográficos, la naturaleza impone restricciones a lo que es posible ver, así que adquirió un poco de equipo para tratar de burlarlas y seguir avanzando en su particular carrera contra el tiempo. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, de todos los halagos y la pequeña fortuna gastada, Thomas no estaba satisfecho con los resultados. Cuando oía con cuánto entusiasmo sus amigos alababan éste o aquel detalle de una de sus fotos, pensaba para sí cuán lejos se encontraba aún de haber capturado la esencia de la vida.

Cuando la enfermedad empezó a reclamarle para sí, Thomas se encontraba aún preparando su obra maestra: Un panorama en tres dimensiones del valle. Una obra que mejoraría al original tanto por el detalle como por la cantidad de tonos, hasta hacer sentir al espectador como si de verdad se hallara en la naturaleza, o mejor aún, en un paraíso del que no quisiera partir. Así Thomas podría estar seguro de haber encontrado realmente lo que nos hace sentir realmente vivos.

Aquella tormentosa tarde otoñal, Thomas se sentía indispuesto, pero sabía que quizá no hubiera otra oportunidad, así que dispuso todo su equipo, lo traslado a la cima de la colina y se pasó algunas horas tomando imágenes con diferentes ajustes que luego habría de combinar para producir una única escena de un tamaño y realismo sin parangón. Sin el brillo del Sol, Thomas sabía que los colores aparecerían fríos y apagados, pero esto no lo consideró sino como un reto a su ingenio como fotógrafo.

Después de un tiempo, Thomas, absorbido por su trabajo, no reparó en la caída de la noche, y pronto los caminos, embarrados y resbaladizos, se tornaron indistinguibles en la penumbra los unos de los otros, y Thomas, cargado con todos sus pertrechos, acabó perdiéndose durante el camino de regreso.

El olor a hierba fresca que emanaba por doquier le servía de bálsamo, así que se sentó en una piedra y esperó hasta que la oscuridad le rodeó por completo. Su fiel perro se empeñaba en mostrarle un camino de vuelta que su olfato conocía a la perfección, pero Thomas había concluido que aquel era un lugar y un momento perfectos para abandonar este mundo, y de paso, ahorrarle a su esposa la penosa y larga agonía que le esperaba.

Después de algún tiempo, se acomodó al pie de la piedra y se acurrucó. Le ordenó a su perro que volviera a casa, pero naturalmente no lo hizo, sino que en su lugar se acurrucó a su vez con toda normalidad contra su vientre, y cerró los ojos plácidamente. Thomas empezó a sentir frío, y buscó calor en las imágenes de su vida que ordenó desfilar ante sí por última vez.

Eran todas ellas escenas bañadas en el tono dorado de los recuerdos, y Thomas las relamía como golosinas, confortado en el juicio de que su vida, en realidad, había sido larga y plena. Sin embargo, una imagen en su memoria le perturbaba sobremanera. Algo para lo que Thomas no estaba preparado.

Un rostro se dibujaba obstinadamente en su recuerdo. El de una joven de lacia cabellera rubia, y tristísima mirada azul. Sus labios, gruesos y sensuales, parecían sedientos de afecto, pero su porte, aunque melancólico, emanaba dignidad. Thomas reconoció en aquella mirada su primer y quizá único amor. Aquellos ojos le habían acompañado toda su vida, sin saberlo.

Pero ahora que su vida llegaba a su fin, le obsesionaba la idea de que algo esencial se fuera a escapar en el último momento, y que todas aquellas imágenes que con tanto afán había capturado no hubieran recogido la imagen que resumiera los anhelos de su existencia.

El frío, antes insoportable, había sido sustituido por el sopor de la muerte que ya empezaba a embriagarlo, y Thomas se dispuso a cerrar los ojos por última vez. Pero al cerrarlos, apareció ante si nuevamente la imagen de aquella mujer. Pero Thomas no podía distinguir si alguna vez esta persona se había hecho real en su vida o si sólo era un reflejo de su imaginación.

Y así surgió el destello en su memoria. Thomas la había retratado en su juventud y, aunque había visto con orgullo como la belleza de su amor secreto quedaría reflejada para la eternidad en un lujoso libro de razas humanas, jamás se había atrevido a reconocer que la amaba. Así pasaron los años, y la vida, hasta que hubo de convencerse que de aquella imagen ya poco quedaría, excepto, si cabe, la vejez.

Sin embargo, siempre había llevado consigo en su memoria hasta el día en que alguna venita en su cerebro se rompió llevándose consigo recuerdos y vivencias y convirtiendo a Thomas en un anciano desmemoriado. Pero no fue poco el gozo que le produjo ser capaz de pronunciar su nombre por última vez. Cuando lo dijo, lo hizo calmadamente, como si hubiera pedido, y la muerte se lo hubiera concedido, un último deseo.

Por fin cerró los ojos y relajó los labios, que ya sin vida, pronto fueron lamidos por su fiel perro.
...

Las miles de fotos que Thomas había tomado de la joven Britta fueron cuidadosamente revisadas y borradas por su mujer, que sólo conservó sus paisajes ya que no deseaba que su obra pudiera ser malinterpretada. Pero olvidó la página 113 del tomo 1 del libro que Thomas había conservado toda su vida en un estante, y que seguiría allí mucho después de que Thomas, su mujer y todos nosotros hayamos muerto.

* * *


Foto Diego Rodríguez reproduciendo una imagen de Camera Press-Zardoya del libro Las razas humanas, Instituto Gallach de Librería y Ediciones Barcelona, 1945.

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