Asistí el otro día a una charla de promoción de la niña en la ciencia. Fue un poco vergonzoso por la escasa asistencia, compuesta esencialmente por gente mayor sin infancia a su cargo. Pero la charla en sí estuvo bien. La ponente tenía gran capacidad para transmitir información de forma más o menos indolora, y mostraba gran entusiasmo. Pero el mensaje central de la charla era cómo animar, cómo motivar a las niñas a ser científicas. No influencers, no mujeres-objeto. Científicas, investigadoras. Carne de libro de historia. Y el truco esencial era ofrecer a la niña un referente cercano. Sí, porque el mundo no ofrece hoy referentes lejanos.
Imagina que tienes un niño al que debes convencer de las bondades de ser bueno, respetar las leyes y ayudar desinteresadamente al prójimo. Lo más normal es que el niño, si se ha fijado ya en alguien, sea en algún deportista o youtuber. En alguien sin mucha profundidad moral. No es que sean personas inmorales o amorales. Es que, para su profesión, la moral no tiene mucha aplicación. Es decir, son como una calle sin salida. Recae entonces sobre los padres encarnar ese rol. Serán los padres quienes tendrán que demostrar a sus hijos mediante el ejemplo personal que ser bueno y seguir los evangelios es rentable para ganar la vida eterna. Y que, incluso en el caso de no serlo, sigue siendo necesario, siquiera sea sólo para honrar la memoria de tus ancestros; para ganar paz de espíritu.
Pero es que ya no se trata de que los padres no encuentren referentes. Es que los hay, y muy relevantes, ¡pero negativos!