jueves, noviembre 09, 2023

No me des más emociones. Dame más capacidad para entender el mundo.

Cuando Galileo apuntó su telescopio a la Luna, por primera vez en mucho tiempo la vista superaba a la imaginación. Hasta ese momento, el principal instrumento para conocer la realidad había sido la mente. Ni astrolabios, ni cuadrantes, ni teodolitos habían servido para otra cosa que para asentar, aclarar la idea que del mundo había nacido en la mente de los hombres. Y desde entonces, con el primer telescopio, la distancia entre experiencia e idea no ha cesado de agrandarse.

Para la segunda década del siglo XXI, los nuevos instrumentos no cesaban de inundar los laboratorios de cifras y medidas provenientes de todos los rincones de la realidad. Desde los gigantescos aceleradores de partículas hasta los telescopios espaciales, desde los laboratorios donde se realizan análisis célula a célula hasta las miríadas de sensores diseminados por todo el planeta Tierra y el sistema solar. Y ante este alud de datos, de hechos, para procesarlos, para comprenderlos... el mismo cerebro que el de nuestros ancestros del neolítico.

Por supuesto que se trata de un cerebro que ha ido cambiando en cuanto a su forma de percibir y comprender el mundo que le rodea. Pero no lo ha hecho al ritmo exponencial al que han crecido los conocimientos que han reunido nuestras máquinas. ¿El resultado? Nos hemos convertido en analfabetos tecnológicos.

Podría ser que un campesino de la Europa del siglo XVI alcanzara a entender algo o la mayor parte de la física del momento. Hoy en día, no es concebible que ni siquiera una persona ilustrada pueda dar fe del contenido o funcionamiento de un teléfono móvil. Pero son humanos quienes hacen teléfonos móviles. 

Entonces, ¿cómo es posible? La respuesta es la super-especialización. Unos pocos humanos saben muchísimo de un tema muy concreto, mientras que el resto se van deslizando por la pendiente de la ignorancia. Pero incluso la super especialización tiene un límite. Como decía el profesor Guinovart, si antes para hacer un artículo de investigación biomédica bastaba con hacer una gráfica con cuatro ratones, hoy se necesita de bioestadística y una apreciable cantidad de recursos informáticos para descubrir algo.

Y es que la capacidad humana para nadar en yottabytes de información es muy limitada. El ser humano tiene una terca tendencia a usar analogías extraídas de su experiencia diaria para entender el mundo que se encuentra más allá de esa experiencia diaria. De la misma forma que nos gusta imaginar a Dios como una especie de adorable abuelo barbudo, intentamos aplicar al universo lejano y también al quántico la misma lógica que rige en nuestra sala de estar.

Así que la alternancia entre sentido y pensamiento parece haberse roto. Y con personas cada vez menos capaces de entender lo que las máquinas le muestran del mundo, vamos camino del caldo de cultivo perfecto para una dictadura del conocimiento. Una dictadura en la que tendremos, por encima, unas elites detentadoras del poder para conocer, y por debajo, un vulgo incapaz de entender su propia realidad. No porque no tengan acceso físico al conocimiento, sino por carecer de capacidad e interés para conocer.

A mi solo se me ocurre defenderme usando la IA. Al mundo ya no le hacen falta más sensores ni más información, sino más capacidad para pensar, para razonar, para anteponer la verdad a las emociones. Necesitamos entender un mundo cada vez más complejo y extraño. Tenemos que re-equilibrar la balanza entre nuestra capacidad para percibir, para recibir emociones, por un lado, y nuestra capacidad para entender, para comprender, para ser conscientes, por el otro. Y sí, creo que una IA generalista y de acceso universal puede abrir caminos hacia ese nuevo estadio de hiper-conocimiento.

Y quién sabe, quizá hacernos más humanos.


PD. La IA ha analizado este texto, y me ha recordado que, aunque mi enfoque es «prometedor»,«[...] también es importante tener en cuenta los posibles desafíos y riesgos asociados con la dependencia de la IA. Por ejemplo, las preocupaciones sobre la privacidad de los datos, la ética de la IA y la posibilidad de que la IA refuerce sesgos existentes son temas importantes a considerar al debatir el papel de la IA en la sociedad». Dicho queda.