No he visto Oppenheimer (película) y sin embargo voy a opinar sobre ella. Lo digo por si quieres dejar de leer ahora. Ya sé que está muy feo juzgar lo que no se conoce, y seguro que Hollywood también prefiere que, piense lo que piense, pase por taquilla y luego critique. Pero, si eso te ayuda, he visto muchos documentales sobre el personaje, y un montón de tráileres y críticas sobre esta película, así que me voy a arriesgar.
Con estos mimbres es fácil despertar en la mente del espectador una asociación con la escena de la última cena, en la que Oppenheimer acepta quedar como el Judas que ha de mancharse las manos para que la blanca América pueda ascender a los cielos como primera potencia atómica.
Todo era mucho más terreno: Era preciso frenar la expansión de la Unión Soviética en Europa y Asia, y había que aumentar la escala y velocidad a la que se podía matar. Sin miedo a represalias, sin competidores, no había ninguna encrucijada moral que usar como excusa para demorar el uso de una bomba atómica en el Teatro de operaciones —aunque el Teatro de operaciones fuera una enorme extensión de casitas de madera apeguñadas en un valle habitado por decenas de miles de mujeres y niños.
Oppenheimer, la película, no se mete en estas profundidades geoestratégicas y prefiere usar la antigua formula de tetas y peleas para mantener la atención del espectador, según leo. No me sorprendería de un director cuyos antecedentes incluyen obras maestras del cine intelectual como las adaptaciones del inmortal Batman, o la melodramática Interstellar.
No, la superproducción de Hollywood Oppenheimer no me interesa lo más mínimo ni tengo curiosidad por ver cómo reprodujeron la explosión de Trinity sin efectos de ordenador. La película encumbra a un hombre por lo que ha hecho, sin prestar atención a sus consecuencias.
Eso es o cinismo o estupidez. Y los mil millones de dólares a los que se va acercando su recaudación en todo el mundo (menos Japón) no permiten hablar de lo segundo.