sábado, junio 10, 2023

«En esta empresa no tienes que dejar tu identidad en la puerta»

Érase una vez, tenía yo la intención de mantener una charlita con una nueva compañera de trabajo en la que pretendía hacerle ver la conveniencia de no hacer ostentación de sus convicciones o costumbres religiosas en la oficina. La mañana escogida me encontré con que la entrada al edificio había sido coloreada con un arcoíris en el que se podía leer «En esta empresa no tienes que dejar tu identidad en la puerta». Y yo... ¡que siempre había pensado que para formar parte de cualquier comunidad tenía que estar dispuesto a dejar algo en la puerta! ¿Te imaginas hacerle caso al rótulo al pie de la letra?

Hemos comentado en otras ocasiones que la sociedad, o la historia, o lo que sea, raramente avanza de forma lineal. Más bien, a trompicones. Con idas y venidas. Con exageraciones unas veces y clamorosos silencios otras. Así por ejemplo, Teherán pasó en pocos años de capital cosmopolita y liberal a capital de los ayatolás.

Estos días en los que en occidente se celebra el Día del orgullo gay, muchas corporaciones han constatado que esos años en los que proclamar el apoyo a la causa salía gratis han pasado. Por un lado, los potenciales clientes a los que se pretendía halagar ya han descontado tiempo ha la deferencia. Por otro, los que no se sentían particularmente concernidos empiezan a marearse con tanta sopa de letras y se preguntan si no se estará forzando la máquina con tanta insistencia de definirse. Y por supuesto, los que ya se sentían ofendidos al principio han conseguido por fin organizarse e incluso reclutar para la causa el creciente número de los que se han sentido excluidos del primer grupo.

El resultado es un creciente número de ciudadanos a los que se les empuja a mostrar su apoyo a lo que no dejan de ser prácticas o preferencias o inclinaciones personales que precisamente no deberían difundirse por la esfera social. Y no deberían porque todo ser humano tiene derecho a preservar su intimidad.

Por supuesto que todo hombre tiene derecho a sentirse mujer; toda persona de piel blanca, a sentirla negra; toda persona estéril, a sentirse progenitor. Pero nunca ha funcionado bien empujar a nadie a imponer sus derechos a los demás. Por más que yo tenga derecho a sentirme sanador, habrá que estar a lo que decida el colegio de médicos para poder ostentar el título de doctor.

Vivimos en sociedad, el menos malo de los sistemas que hemos encontrado para convivir en esta roca llamada Tierra. Tenemos el derecho y el deber de formar a los nuevos ciudadanos no solo en sus derechos, sino también en las obligaciones de la vida social. Obligaciones que imponen por ejemplo los modales, la discreción y cosas tan aburridas como el protocolo. 

Y por supuesto que siempre hay que abandonar parte de tu personalidad cuando pretendes colaborar con otros. No puedes traslucir tu desgana ante una tarea aburrida, ni tu irritación ante un cliente pesado. No puedes mostrar tu inclinación ante una colega atractiva, ni farolear de melena ante un calvo. 

Sinceramente, los líos que cada uno tenga con su orientación de género no me interesan lo más mínimo y no veo la necesidad de mostrar mi apoyo a ninguna de las infinitas colectividades que reclaman visibilizarse. Creo que lo que de verdad sobra en este sociedad son las etiquetas y la obsesión por encuadrarse, por ponerle un nombre a todo. ¡No habremos dicho de veces aquí que las palabras fueron creadas para mentir!

Que cada uno busque la felicidad como quiera, siendo muy consciente de que los vecinos también tienen derecho a dormir.