martes, abril 04, 2023

El fin de la formación online

Empecemos por algo de sinceridad: La formación online es el eslabón más bajo en la pirámide de calidad de cualquier modalidad de formación. Es impersonal y es ineficaz. Pero ha sido abrazada por muchas organizaciones como una forma barata y rápida de cumplir con la reglamentación. Al menos, hasta ahora.


Las buenas ideas no siempre se convierten en buenos resultados. Hace años nació la necesidad de aumentar la formación de la masa laboral para mejorar la productividad y reducir accidentes. Y muchas empresas hicieron de ese proceso una especie de elemento motivador. El trabajador elegido para formarse podía sentirse depositario de la confianza de su organización, merecedor del esfuerzo en horas productivas y dinero invertidos en profesores, materiales educativos, alojamiento y viajes. Era, por lo tanto, una buena oportunidad para tejer alianzas. No solo en el ámbito de la formación misma, sino a través de las estructuras de la empresa. Muchos compañeros se reconocían tras el paso del tiempo por haber coincidido en algún curso. Solían ser recuerdos agradables, motivadores. Era una formación cara, pero funcionaba. Se recordaban las materias, se agradecían las atenciones, se sentían motivados a poner en práctica lo aprendido. Y lo más importante: los trabajadores realmente se formaban tanto profesional como humanamente.

Luego, los departamentos de personal de las grandes empresas empezaron a ver la formación profesional como una oportunidad de negocio. Había que captar los fondos que el estado recolecta de las empresas más pequeñas y de todos los trabajadores y había que reducir el coste de la formación. Pronto florecieron todo tipo de plataformas de formación online para responder a las crecientes necesidades impuestas por una reglamentación cada vez más extensa. Los contenidos se copiaban de empresa en empresa y se automatizaba su exposición y evaluación con el objetivo de reducir a cero el coste marginal de cada nueva formación.

Y así transcurrieron muchos años hasta la práctica desaparición de los cursos presenciales, reducidos a lo estrictamente necesario o limitados a las inefables sesiones de autoayuda. 

¿El resultado? Los trabajadores terminaron acumulando decenas de certificados de cursos que apenas recuerdan porque no asocian con nada ni les recuerda a nadie. Y esto es así porque los hicieron en una de las múltiples ventanas abiertas en los escritorios de sus ordenadores, perdidos entre el flujo de otras tareas más urgentes. Había que marcar un tic en la casilla de cursos realizados y para ello, ellos también siguieron el criterio de sus empleadores: La ley del mínimo esfuerzo.

Todo esto puede estar a punto de cambiar. Como en tantos otros ámbitos, esta despersonalización puede haber tocado fondo. Formar online en un mundo inundado con miles de millones de páginas web y videos ha perdido su aura de modernidad y ha revelado su verdadero rostro. Son solo información, y la gente necesita formación. Y la necesita porque lo que un trabajador pueda aprender en una formación de una hora de duración lo hará mejor un sistema de inteligencia artificial.

Los trabajadores del futuro que pretendan competir contra esta nueva fuerza, muy superior a la del vapor que en el siglo XVIII acabó con el trabajo muscular, no serán aquellos que sepan responder, sino quienes sepan formular las preguntas correctas.