viernes, abril 14, 2023

La separación de poderes es un mito moderno.

Mucho esmero se tomaron los padres fundadores de los estados modernos (en aquella época las madres no se dedicaban a la política) en separar y balancear diversos poderes con un único objetivo: evitar la tiranía. ¡Pero los poderes tienden a agruparse!


Además, esta división tradicional de poderes entre ejecutivo, legislativo y judicial, se dejaba fuera el más influyente de todos: El financiero. Bien es cierto que también quedaban fuera el militar o el eclesiástico, muy resilientes. 

Sin embargo, el poder financiero proviene de todos los sectores económicos, especialmente del bancario. Es muy corporativo y suele ser hereditario. Penetra a todos los demás poderes muy profundamente mediante una variedad de métodos. Entre los más comunes, los políticos que buscan recursos para sus campañas y se ofrecen a este poder. Si se portan bien, es decir, si como activos que son generan un buen rendimiento a sus propietarios, el poder financiero les recompensa al final de sus vidas políticas con sillones en consejos de administración, en un mecanismo llamado puerta giratoria. Se establece así una relación simbiótica muy lucrativa para ambas partes. Los políticos se prestan a dar la cara mientras que los financieros suelen preferir la discreción.

Dado cierto tiempo, todos los poderes son en realidad manifestaciones del poder financiero. Como por definición el poder financiero es conservador y codicioso, la sociedad se enriquece pero por la vía de concentrar el valor en un segmento cada vez más pequeño. Crecen las desigualdades sociales, y la reacción de los poderes públicos, que como ya hemos visto son extensiones del poder financiero, termina por imponer precisamente aquello que se pretendía evitar: una tiranía.

Así es como el poder financiero desbocado, lo que se ha dado en llamar capitalismo o liberalismo, acaba comiéndose a la clase media, a la burguesía.

 Pero, ¿cómo blindar los poderes públicos de la penetración del poder financiero? ¿Funcionaría a este fin la separación total y vitalicia de la actividad empresarial de aquellas personas que ostenten representación pública? Esto por sí mismo tendría como resultado un corporativismo aún mayor entre los políticos, obligados a asegurar su futuro dentro de la esfera pública. Pobrecitos. Y a decir de los detractores de esta separación, la ausencia de estimulos económicos alejaría de la función pública a los más brillantes administradores, o dejaría solo aquellos para los que el poder es suficiente recompensa. Los adictos al poder por el poder, vamos. Un panorama inquietante.

Como en casi todo en la vida, quizá la solución esté en el término medio, más centrado en la obtención de los resultados que en las reglas. Y el resultado que perseguimos es que una gran empresa no puede usar el Estado para proteger e incrementar sus beneficios por encima de lo razonable a costa de los contribuyentes. El crecimiento económico debe distribuirse entre todos los contribuyentes para garantizar la paz social por la vía de la justicia social.

Todo lo demás, los llamamientos a la libertad de empresa, por ejemplo, son pura entelequia. No puede haber libertad donde el poder se concentra.


El 10 de diciembre de 2013, el caricaturista político Nick Anderson publicó un cómic para el Houston Chronicle en el que un hombre sobre una pila de dinero grita: "¡Tu codicia está dañando la economía!" a una mujer que protesta por un aumento del salario mínimo.