lunes, enero 02, 2023

Un perfecto idiota

La década de los 70 del siglo XX fue una época de cambios, de gran angustia existencial. Entreveíamos de nuevo un grave peligro, a sumar al de un desastre nuclear nacido un par de décadas antes. Era el viejo problema de la superpoblación, pero ahora desmedido.


Sí, sí. El grave peligro no era la posibilidad de un enfrentamiento entre bloques, sino la certeza de que, en ausencia suya, íbamos a terminar siendo demasiados.

Malthus tenía razón y Hollywood, la industria del cine norteamericano, se aprestaba a reflejar esta nueva angustia en cintas como la terrorífica distopia de Soilent Green, estrenada en España en 1973 con el profético nombre de Cuando el destino nos alcance, o Executive Action, de David Miller, estrenada también el mismo año entre otras muchas producciones del género conspirativo.

Aunque la trama de Acción Ejecutiva se centra en un complot para asesinar a Kennedy, merece la pena destacar este fragmento del diálogo entre los personajes de Robert Foster y James Farrington, interpretados por Robert Ryan y Burt Lancaster, respectivamente. Juro que no he quitado ni añadido nada, y que la traducción es una versión fiel del original en inglés.
—El verdadero problema es este, Jim: Dentro de 20 años habrá 7.000 millones de seres humanos. La mayoría morenos, amarillos o negros. Todos hambrientos y todos decididos a procrear. Saldrán de sus hormigueros e invadirán Europa y América. De ahí lo de Vietnam. Un esfuerzo total allí nos permitiría controlar el sur de Asia en las próximas décadas. Con un planteamiento adecuado, podríamos reducir la población a 550 millones a fines de siglo. Lo sé. He visto los datos.
—¿No crees que hablamos como si fuéramos dioses omnipotentes?
—Alguien tiene que hacerlo. No solo se beneficiaran las naciones afectadas, sino que la técnica podrá utilizarse para reducir nuestro propio exceso de población. Negros, portorriqueños, chicanos, blancos menesterosos y todo eso...
El destino quiso que entre los primeros en reducir la población mundial estuviera el propio Robert Ryan solo cuatro meses antes del estreno del film. Rodada entre los meses de mayo y junio, Robert sabía con toda certeza que estas serían unas de sus últimas líneas. ¡Él, que había luchado toda su vida por los derechos civiles!

Pues bien, exactamente 50 años más tarde ya no tenemos Vietnam, pero tenemos Ucrania. Seguimos enfrentando una pandemia global que proyecta aún mucha incertidumbre sobre su alcance final. Ni una ni otra con potencial demográfico a escala global, aunque también hemos atisbado la posibilidad de una guerra nuclear tras las continuas amenazas de Rusia.

Y sin embargo todo son posibilidades. Lo que sí puede darse por consumado es un nuevo récord en la población mundial, hasta alcanzar los 8.000 millones de seres humanos. Tanta gente implica mayor presión en los recursos, tanto migratoria como local, un daño irreparable al medio ambiente y una posibilidad cada vez mayor de enfrentamientos entre pueblos.

El arma nuclear ha terminado con las guerras mundiales clásicas y nuestros científicos e ingenieros han combatido el hambre y las enfermedades con tanto éxito que el antiguo equilibrio simplemente se ha roto. Según la organización Population Matters, en 2011 habitaban este planeta 7.000 millones de seres humanos cuando no deberían haber más de 5.100 millones.

Así que yendo en pos de la iniciativa, la hemos perdido por completo. No nos ponemos de acuerdo en las causas fundamentales, seguimos negando el cambio climático o actuamos como si no existiera. Amparados unos en la idea de la libertad religiosa y otros en el ansia de dominación global ya no tenemos fuerzas para reclamar contención reproductiva ni siquiera en China. Los demócratas temen cuestionar los fundamentos de la libertad individual y acabar reduciendo el número de sus votantes, mientras que los dictadores necesitan más soldados, más invasores.

Pero la naturaleza no admite descubiertos en cuenta. Ya veremos cómo restablece el equilibrio.

Claro que tengo confianza en la humanidad, aunque hasta ahora nos hemos comportado como un perfecto idiota.