sábado, agosto 06, 2022

Sus propios planes

A un lado del cuadrilátero, Rusia, como imperio que fue y quiere volver a ser. Luego China, como nueva potencia libre al fin de los yugos capitalistas. Al otro, los países llamados occidentales, tradicionales acumuladores de riqueza. Y la última esquina, los que aún no se han decidido a tomar partido o secretamente esperan su momento para postularse. Toca la campana. Comienza el combate.

Hay mucho ambiente hoy en esta pequeña roca que gira en torno al Sol. Mucha agitación. De hecho, no se veía tanta desde hace un tiempo. En el programa de esta velada boxística podemos leer los principales valores ideológicos de los participantes en esta combate a cuatro. 

Básicamente, los que no entienden por qué los gobernantes deben abandonar periódicamente el poder de forma voluntaria, sobre todo cuanto tanto les ha costado alcanzarlo. Y los que creen que, dado que el poder no implica alcanzar la inmortalidad, no pasa nada si lo van ejerciendo diferentes personas y corrientes políticas. Al fin y al cabo, el verdadero poder, el económico, nunca ha sido democrático ni en los más democráticos países. 

Rusia ha iniciado las hostilidades con un poco de jardinería en su patio delantero, lo que ha provocado las iras de occidente. Rusia no lo comprende, y se burla y se mofa porque tiene mucho territorio, ha estado camelándose a sus "socios" europeos con gas, petroleo y corrupción y dice que puede aislar al resto del mundo. Estados Unidos ha decidido agitar un poco el árbol chino. Agitar al enemigo normalmente ha servido para compactar alianzas en torno al mejor pegamento que hay: el miedo. Y los eternos aspirantes a la mesa del poder global van de un lado para otro sin saber de qué lado dejarse caer.

Los grandes ejércitos se mueven, maniobran, flexionan músculo los unos ante los otros, se tiran piedras, escupen algo de fuego y sangre. Unos pocos miles de muertos en un mundo que se acerca a la marca de los ocho mil millones de vivos no parecen suficientes como para restaurar el orden natural. Suena la campana.

Lejos, en una remota isla, pero también muy atrás en el tiempo, hace hoy exactamente setenta y siete años, y olvidada como un vetusto prejuicio, queda aquella mañana en Hiroshima en la que el destino de la humanidad quedó sellado. Hemos olvidado aquella y todas las veces que la siguieron en las que contuvimos la respiración rezando por que al final se impusiera la cordura. 

Mientras, la pequeña roca sigue girando en el vacío. De vez en cuando deja oír un quejumbroso quejido entre el griterío de los gobiernos. Nos suplica atención. Nos quiere hacer saber que tiene sus propios planes.