lunes, abril 11, 2022

Z, la guerra de Putin


Durante la segunda mitad del siglo XX, Rusia  dominó de tal forma el ajedrez que las capacidades de análisis posicional, material, táctico y demás que adornan a los grandes jugadores llegaron a parecer consustanciales al alma nacional. Quizá fuera coincidencia que Rusia perdiera esa corona precisamente el año que Putin llegó al poder.

Y es que a Vladimir Putin no le va eso de anticiparse a las jugadas del adversario mediante elegantes movimientos combinatorios en busca del dominio estratégico. Requiere demasiado esfuerzo mental. Él es más de aprovechar su baja estatura para engañar, empujar y desequilibrar al adversario, para inmovilizarlo y estrangularlo después en el suelo. No deja de ser curioso que la Rusia de grandes genios como Karpov se dejara deslumbrar por un desigual desarrollo económico pagado con la privatización de sus recursos naturales para beneficio de unos pocos. Solo así se entiende que uno de los países más ricos del mundo tenga en 2021 una renta per cápita hasta diez veces inferior a la de los países europeos, resultado de un crecimiento truncado precisamente a raíz de sus aventuras bélicas. 

Cuenta la leyenda que el gran Alexander Alehkine se salvó del pelotón de fusilamiento al que su origen burgués le condenaba gracias a una visita en su celda de Trotski, el hombre fuerte del alzamiento. Después de una improvisada partida, Trotski ordenó su liberación. «Este hombre no es ni blanco ni rojo. Este hombre es el ajedrez», se dice que alegó éste para justificar su liberación.

Pero a los rusos de hoy en día no se les permite la disidencia porque llevan décadas sometidos a la propaganda nacionalista, que identifica a Putin con la nación, de forma que todo lo que se le oponga desafía a la seguridad del Estado, y debe ser eliminado de una u otra forma. Incluso ahora, cuando la amargura de ver su cultura y su identidad cuestionada en occidente, su forma de vida amenazada por su propio estado y su prosperidad económica en crisis, los rusos dudan si deben luchar por seguir adelante con la misma determinación que lo haría una horda de zombies. De hecho, y por otra curiosa coincidencia del destino, han sido precisamente los propios rusos quienes decidieron convertir la Z marcada sobre muchos de los vehículos militares que participaron en la agresión a Ucrania en símbolo de su criminal terquedad y la del gobierno que respaldan. ¡Una letra que ni siquiera forma parte del alfabeto cirílico que usan los rusos!

Pero esa no es la única opción. Los ciudadanos que aman a Rusia y su papel en un mundo en paz también pueden optar por jugar un gambito. A veces hay que perder una dama para ganar la partida.



Pd. Mientras escribo estas líneas, el saldo de muertos y heridos en la guerra de Ucrania supera ya las decenas de miles. Y la Federación rusa de Ajedrez, privada de poder enviar sus jugadores a torneos internacionales, está estudiando si probar suerte y solicitar ser aceptada en la Federación Asiática de Ajedrez, dominada por China. Bon voyage.