A ver... Miedo... ¿Que a qué tengo miedo... ? me pregunta un buen amigo. Sin duda, a lo que más temo es al miedo mismo, mi más fiel compañero, como dijo aquel. Porque nada es como es, sino como lo percibes. Gran verdad.
Y aún muchos años más tarde, le presentaba a mi hija un documental sobre arqueología. En el vídeo, unos valientes señores con luces en el casco se apiñaban en una claustrofóbica cavidad, excavando el barro con diminutas herramientas. De repente, prorrumpieron en gritos de alegría. Uno de ellos había desenterrado un cráneo humano. Gran hallazgo. Es un gran descubrimiento, la recompensa a una ardua labor. El vídeo continuó normalmente, pero desde aquel día, y espero que por mucho tiempo, para ella una calavera en el barro ya no será la evidencia aterradora de un siniestro suceso, sino la culminación de una investigación científica, que arrojará luz sobre nuestro pasado. Desde aquel día, ella siente que si uno encuentra una calavera, sospechará
si no debería también estallar en alegría. La asociación está hecha.
si no debería también estallar en alegría. La asociación está hecha.
De la misma forma que los aficionados al surf se relamen ante la idea de un gran tsunami que les permita probar su ultima tabla sin salir de casa, creo que podemos ir reasignando nuestras emociones de la misma forma para muchas de las cosas que nos causan miedo o angustia. Por ejemplo, yo no temo entrar en la negrura de un bosque en plena noche, pero me da terror la bata blanca de un médico.
Cuestión de asociación.