Cuando un niño nace cristiano, lo hace ya en deuda con Cristo, que se adelantó dos mil años para redimir preventivamente los pecados que el recién nacido cometerá durante su vida adulta.
El mensaje está claro: Es ejercer esa libertad que tan graciosamente nos regalan la que luego nos hace reos de esos pecados para los que previsoramente Cristo ofreció su vida en compensación.
Sí, quizá ofrecer tu vida cuando tu padre es dios de vivos y muertos no parezca gran cosa, sobre todo si unas horas más tarde en compensación tu padre te ofrece un ascenso y te sienta a su diestra. Pero bueno, lo importante no es el valor de la prenda, porque no vamos a saber fácilmente en cuánto pudo Dios valorar la corta vida terrena de su vástago, sino el hecho en sí mismo de que exista una prenda. Que los pecados que vamos a cometer estén ya asegurados, valorados y, si se me permite decirlo, descontados.
"Pero bueno, ¿es que están las compañías de seguros incitando a los conductores a tener accidentes por el mero hecho de firmar pólizas?" dirán algunos. Seguro que no. Pero las compañías aseguradoras tampoco podrían dar o retirar el libre albedrío a los conductores. Porque quien da el libre albedrío a los conductores y al resto de seres es Dios. Por lo tanto, se podría decir que Dios, al menos, ha hecho posible que los hombres pequen (y las mujeres y el resto de colectivos y todos aquellos dotados de entendimiento). Es más, teniendo ante sí nuestra vida como los meandros de un río vistos desde el aire, Dios incluso sabe de cierto los pecados que cometeremos.
Quizá por ello haya decidido re asegurarnos mediante el sacrificio (todo lo temporal y superficial que queramos) de su Hijo.
Pero estos días cumplimos 76 años del lanzamiento libre y deliberadamente decidido por cristianos de dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Ataques que ya venían de una serie de bombardeos incendiarios sobre civiles que causaron centenares de miles de muertos y heridos. Una devastación como no había visto antes la humanidad.
La enormidad de estos siniestros —que en realidad no son más que un pequeño estandarte del mal que el ser humano causa a diario— me lleva a preguntarme si el sacrificio que Cristo realizó por nosotros puede aún cubrir la responsabilidad que se nos regaló. O si por el contrario no habremos puesto en riesgo de insolvencia y quiebra a la propia y divina compañía aseguradora.
Y es que todos sabemos que una eventualidad así suele terminar en liquidación.
En recuerdo de Hiroshima y Nagasaki.