domingo, octubre 25, 2020

Cuando eramos imperialistas

La percepción del mundo va cambiando, y tendemos a mirar al pasado usando lo que ahora sabemos. Y lo que a veces vemos nos descoloca.


Lo que ayer era orgullo, hoy es vergüenza. Lo que en algún momento fue una costumbre pintoresca hoy es inaceptable. Por supuesto, nada es eterno, y es muy sano evolucionar, revisar con ojos críticos lo que hicimos. Lo que no podemos hacer es cambiar el pasado. Podemos colocar un cartel a la entrada de los templos egipcios advirtiendo al visitante que fueron obra de una cruel monarquía, de faraones que utilizaban la superstición para someter al pueblo. Podemos demoler el coliseo romano constatando que fue obra de esclavos para limitar la libertad de culto. El método era sencillo: de dar de comer cristianos a los leones. Podemos borrar a Stalin, Hitler o Pol Pot de los libros de historia como autores de holocaustos. Podemos escribir y volver a escribir la historia, pero la historia no va a cambiar, y no podemos rebelarnos contra ella en la misma forma en que nos rebelarnos contra nuestras propias frustraciones.

El descubrimiento de América por parte de los europeos se produjo. Poco importa que hoy lo califiquemos de invasión imperialista o genocida. Muy probablemente los pueblos que se encontraron los primeros conquistadores (término histórico) no habían logrado el control de sus territorios sobre otros pueblos por métodos democráticos. Al fin y al cabo, también la península ibérica había sido antes invadida innumerables veces. Pero hoy, desde la comodidad de nuestros domicilios conectados a internet nos creemos dueños del derecho a juzgar la historia. Y lo hacemos con toda la soberbia del que cree que lo sabe todo. Internet no solo nos permite saber muchas cosas: también nos permite escoger qué saber. Y escogemos ser inflexibles con un pasado que dibujamos a nuestro antojo. Imaginamos pueblos bondadosos, generosos y ecológicos agredidos por pueblos malvados, avaros y atávicos.

Es un esquema del mundo simple, comprensible, perfecto para asignar los papeles que necesitamos ver representándose en el teatro al que muchas veces reducimos nuestra vida. Ahora estamos dispuestos a aceptar que la inmensa mayoría de las películas de Disney, las mismas que convirtieron a una generación en amante de los animales, eran en realidad burdos retratos de estereotipos machistas, racistas o supremacistas. Acabamos de descubrir que muchos, sino todos los personajes históricos mostraban cierta incomprensión frente a los colectivos LGTB en sus variantes intersexuales, transexuales, transgénero o queers. Para mi es muy difícil sentir admiración por una representación escultórica de un grupo de pilotos de bombardeo a los que el pueblo británico debería rendir tributo por haber convertido en cenizas a centenares de miles de civiles alemanes, pero ellos lo ven como el sacrificio de un grupo de jóvenes para derrotar al fascismo. Pero, y la historia... ¿cómo lo verá? 

Nosotros mismos seremos juzgados por nuestros descendientes, que probablemente nos tomarán por estúpidos y asesinos por haber provocado el calentamiento global, por comer carne de animales, por seguir fabricando armas, por convertir a los países pobres en fábricas de los países ricos, por creer a tantos mentirosos, por adorar a un jugador de fútbol en lugar de investigar contra el cáncer. Sí, nosotros también seremos examinados bajo la luz de un mundo futuro. Y ellos también se encontrarán en el mismo callejón sin salida.

Se encontrarán con el hecho irrefutable de que renunciando a nosotros, a este pasado imperfecto, imperialista y homófobo, renuncian a su propio futuro.