Muchas organizaciones reconocen la importancia de poder influir con algo más que reglas y objetivos en las actitudes de sus miembros.
Los equipos directivos se afanan en promover iniciativas para ejercer esa influencia, y con demasiada frecuencia recurren a las mismas herramientas que usarían para una campaña de mercadotecnia, e incluso a las mismas estructuras jerárquicas que vienen empleando para dirigir su organización. El resultado es previsible: No se puede prometer cambio sin predicar con el ejemplo.
En cuanto los colaboradores perciben que estas iniciativas no buscan realmente el cambio, sino la aceptación mansa de las directrices que emanan de la jefatura, las envían directamente al cajón de los proyectos fracasados. Pero la jefatura no reconoce fácilmente ese fracaso, porque al preguntarle al subordinado siempre obtiene la misma respuesta: "Gran acierto".
Influir en los corazones es la única forma de intentar acercarse a la verdadera esencia del individuo, a sus valores y creencias, aquellos que fueron grabados durante sus primeros y cruciales años de vida. Pero a los corazones no se llega apelando al orden jerárquico. Apelando al orden jerárquico solo se llega a la sumisión y la entrega ciega, que es la mejor forma de estrellarse, porque ciego no se puede conducir una empresa.