Más allá de las costas occidentales del Japón se extiende un océano casi infinito que convierte las luces de las casitas que se alinean a lo largo de su recorrido en los últimos vestigios de civilización.
En muchos de mis artículos y en las narraciones Albaricoque plateado, Las tres hermanas y también en Breve historia natural de la destrucción retomaba una de mis viejas obsesiones, los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, y lo hacía desde la perspectiva de las víctimas. Este verano rindo nuevamente homenaje a esta página de la historia, pero lo hago desde el mismo Japón y desde la misma Hiroshima.
Que los vientos nos sean propicios.