domingo, abril 23, 2017

Pero, ¿para quién trabaja la ciencia?

Durante una mesa redonda (que normalmente de redondas tienen poco) en un acto reivindicativo, al discutir cómo debería servir la ciencia y a quién, los ponentes se agruparon en tres grandes grupos.

Por un lado, los que consideran que deben ser los poderes públicos quienes otorguen los recursos y fijen las prioridades; luego, aquellos que aceptan los recursos públicos pero consideran inalienable el derecho del investigador a fijar sus propias metas; y por último, quienes creen que nadie gestiona mejor ni establece objetivos más razonables que la industria privada.

En cualquier caso, todos estaban de acuerdo en que en los países anglosajones las cosas se hacen mejor, manteniendo poderosas instituciones académicas al servicio de grandes corporaciones. Supongo que están cegados por las estadísticas de reputación, impacto y prestigio que sitúan a nueve universidades anglosajonas entre las diez primeras. Y el desequilibrio es aún mayor en publicaciones, con el agravante de que son ellas las que al final fijan en muchos sistemas la valía de un investigador.

Pero las estadísticas de reputación las elaboran compañías anglosajonas. Este pequeño detalle ayuda a perpetuar este modelo incluso cuando el veredicto implacable del poder económico hace años que ha fallado en favor de Asia. Así que aunque yo no ignore su importancia actual, tampoco debo ignorar que el modelo de ciencia anglosajón ya no es el único, lo que nos devuelve a la cuestión inicial: ¿A quién debería servir la ciencia?

Antes de lanzarnos a la búsqueda de respuestas, la mayoría de ellas dictadas por nuestras emociones y  valores, podría resultar útil hacer un cambio de variables y convertir a la ciencia en un edificio destinado a albergar y proteger a la sociedad, a permitir su prosperidad. Entonces, antes de preguntarnos si el edificio debería ser así o asá quizá convenga especificar cuáles son los materiales de los que disponemos. No se pueden construir grandes bóvedas o altos edificios usando sólo terracota. Y enfrentados al hecho inevitable de que no siempre se dispone de los mejores materiales, llegamos a la cuestión clave y primera, la que antecede a cualquier otra consideración: Cómo podemos abastecernos de los mejores materiales para luego acometer los más ambiciosos edificios.

No se pueden construir grandes bóvedas o altos edificios usando sólo terracota.

Yo creo que, más que en el modelo de financiación es el modelo de formación el que puede forjar una ciencia verdaderamente útil, adaptada al progreso social, creadora de riqueza económica y de valores tales como el respeto a la vida y al medio ambiente. Y ese modelo de formación debe a su vez nacer en el seguimiento individualizado y el apoyo de las carreras de todos y cada uno de nuestros jóvenes talentos, sin regatear nada. Pero resulta que nada parece aborrecer más nuestro sistema educativo que la excelencia. Muy preparado parece para tratar con el problema mucho más común del fracaso escolar, pero jamás por la vía de incentivar o ilusionar con la excelencia, sino por la vía de rebajar expectativas, algo mucho más barato pero que nos condena a seguir negándoles a nuestros jóvenes talentos un futuro en nuestro propio país.

Así que hablemos primero de formación para luego poder soñar con una ciencia al servicio de la sociedad.