Gingko Biloba. Foto Diego Rodríguez |
En el ya lejano 2008 escribía sobre un albaricoque plateado, otra de las denominaciones del Gingko Biloba. Habíamos descubierto esta especie durante un pequeño juego de tarde de domingo, pero luego su historia nos conmovió.
Incluso descubrimos que uno de ellos preside el parque de mi pequeño pueblo como un distinguido forastero, donación de algún acaudalado propietario, y desde entonces se ha convertido en destino de muchos de mis paseos diarios.
El sencillo ritual de llegar, dar una vuelta en torno a su majestuoso tronco y regresar tiene el poder de hacerme sentir bien. Como si sus muchas propiedades curativas pudieran tener efecto por simple proximidad.
Así que pareció natural plantar uno en el jardín de casa aprovechando unas reformas, y así poder disfrutar de su benefica presencia con mucha mayor frecuencia.
Sin embargo, escoger el lugar exacto donde plantarlo no ha sido fácil, y el arbolito ha estado esperando pacientemente durante el invierno en un pequeño tiesto hasta que su primer emplazamiento definitivo ha sido determinado.
Hoy tengo el honor de dar la bienvenida a un nuevo Árbol de la esperanza. Espero que viva muchos años, y que traiga paz y felicidad a todos cuantos tengan la fortuna de estar en su presencia.
Sé que dos mil años es mucho tiempo. Pero este viaje debe empezar en algún momento, y ese momento es ahora.
Vale.