Los sentimientos son como garras que emergen de tu vientre y suben por tu pecho hasta tu garganta, y allí hacen presa hasta dejarte boqueando como un pez fuera del agua.
Los psicólogos dicen que estos estados de ansiedad son debidos a nuestra imperiosa necesidad de inmediatez, cosa que los móviles no han hecho sino acentuar. Queremos satisfacciones rápidas. No estamos dispuestos a esperar a que responda la App que acabamos de instalar. Ni tampoco el amigo que acabamos de hacer en la nueva red social de moda.
Necesitamos que nos responda y que lo haga ya.
Pero como eso no sucede habitualmente, vamos acumulando, en lugar de satisfacción, frustración. Las redes sociales se convierten en enormes muros de lamentos donde perfiles que siempre muestran seres sonrientes, y a veces un poco achispados, apenas tienen nada que decir, y si lo hacen lo expresan en puro lenguaje SMS.
Caso clínico #26323. Keiko, la niña del dibujo.
Aparece en su cama, en la que se ha metido apenas ha terminado de cepillarse los dientes. Quiere estar sola. Perdón, quiere estar con su móvil. Perdón, quiere estar con Sandro. Sandro es un compañero de instituto, aunque del último curso. Una raza de gigantes para los de primero, aunque Keiko se esfuerza en parecer más adulta, incluso madura, para su edad. La funda del móvil no le ayuda a alcanzar este objetivo, decorada como está con preciosos motivos multicolores y ositos panda. Pero es un regalo de su tía, que venía con el teléfono, y no lo quiso despreciar. Su tía aun no se ha enterado de que Keiko ya es una mujer, y habrá que tener paciencia.
Tiene a Sandro a tiro de clic, pero Keiko no quiere. Lo más probable es que la ignore, lo que sin duda sumirá a Keiko en la más profunda de las desesperaciones. Si eso ocurriera, sólo tendrá que taparse completamente con el edredón y llorar todo lo que sus lagrimales den de sí, sin preocuparse de ser vista. Aunque ser vista puede, a veces, ser la única forma de pedir ayuda. Cierto. Keiko debe pedir ayuda. Alguien que la aconseje.
Pero, ¿quién?
Repasa la lista de contactos en busca de esa amiga capaz de prestarle su hombro sin luego ir por ahí con la noticia. Una tras otra, va descartando su gran lista de amigos virtuales, hasta llegar a la lista de amigos verdaderos, que se reducen a María. Pero María está offline. Y el pecho de Keiko está a punto de estallar. Podría llamarla por voz. Pero apenas le queda saldo, y además debería hablarle en susurros, y quizá llamara la atención de su hermanita, que duerme en la cama contigua. Ella sí es una santa a sus siete añitos, despreocupada, feliz y totalmente ajena a los sufrimientos del corazón.
Keiko resuelve limitarse a mensajes de texto. Pero el avatar de Sandro sigue ahí, desafiante. Y le duele verlo porque sabe que su amor está condenado al fracaso. Debería quitárselo de la cabeza. No es buena época para obsesionarse con un chico. El trimestre acaba, el curso acaba y el calor empieza a dejarse sentir. Pero Keiko necesita refugiarse en su edredón.
No quiere escuchar música. Eso sólo la entristece aún más porque ha construido una lista de reproducción plagada de canciones lastimeras que le recuerdan a Sandro, pese a que Sandro jamás las haya oído y con toda probabilidad las deteste. Es decir, no es que le recuerden a Sandro, le recuerdan a sus propios sentimientos hacia Sandro, en una especie de retroalimentación amplificadora de efectos destructivos. Y eso Keiko no lo sabe, pero lo intuye. No tiene música, pero puede escuchar a sus padres discutir, como cada noche, en la cocina.
Keiko no ha reparado en un personaje de ojos negros que parecen ignorar la malévola atracción de la pantalla, y que ha aparecido para apoyar su cabecita junto a la Keiko en la almohada. Es Wit. Keiko se repasó cómo decir Blanco en cincuenta idiomas antes de escoger la versión holandesa porque le sonaba musical, aunque los holandeses lo digan de una forma muy seca. Eso Keiko tampoco lo sabe, ni lo intuye.
Wit tiene pocos meses pero no está dispuesto a ceder su trono como juguete preferido de Keiko, aunque el objeto brillante que la tiene embrujada le está momentáneamente ganando la partida.
En un momento, Wit pasará a la acción, interponiéndose entre la luminosa frialdad de la pantalla y ese amasijo de pasiones en que se ha convertido en pocas semanas su otrora alegre dueña. Ya no lo pasea, ya no juega con él al llegar del cole, ya no lo cepilla durante horas. Pero esto va a acabar en breves instantes.
Wit empezará a lamer las lágrimas que han empezado a brotar de las mejillas de su dueña, porque son saladas y porque no soporta verla llorar. Y la mirará en silencio, esperando una señal para jugar. Y le dirá con sus negros ojitos que Sandro, como cualquier otra cosa bajo el sol, está a su alcance si lo desea de todo corazón, de la misma forma que la piedra alcanza siempre el fondo cuando es lanzada al agua, no porque lo persiga, sino porque el universo quiere que ambos se reúnan. Pero eso no pasará mañana. Pasará a su debido tiempo si Keiko espera, piensa, se alimenta bien y no hace nada especial excepto mantener la pureza de su corazón. Wow, Wit ha debido leerse a Hermann Hesse mientras Keiko estaba en la escuela, ignorando las últimas entregas de cómics desparramados sobre su mesa de estudio.
Po fin, el pulgar de Keiko ha tomado una decisión. La pantalla se ha apagado. El móvil ha vuelto a su funda de ositos panda, y Keiko ha vuelto a sus libros de mates y manga mientras recompensa la sabiduría innata de Wit rascándole la barriguita.
¿Y Sandro? Sandro se acaba de meter en la cama sin apenas decir buenas noches a sus padres. Tiene prisa. La pequeña cueva que ha formado entre las sábanas se ilumina. Los ojos de Sandro se abren de par en par.
Comienza su larga noche de insomnio.
Ilustración de origen desconocido.