viernes, diciembre 09, 2011

Còsmic y el planeta Tienda

Deja que te presente a Còsmic. A partir de ahora, formará parte de nuestra familia de personajes. Así que espero que te guste.

Còsmic es un dragón, sí, pero más bien pequeño. Supongo que tendrá algún problema en las tiroides o algo así, pero es un dragón con todas las de la ley. Al fin y al cabo también nosotros los humanos siempre tenemos algún problemilla. Algunos no toleran la lactosa, otros son cortos de vista y también los hay alérgicos al sol. Incluso hay personas que reúnen todos estos males. ¿Conocéis a alguien así? ¡Yo, sí! Y eso no le impide ser una persona maravillosa. Por eso quiero que recordéis que todos valemos lo mismo, no importa el problema que tengamos. Es decir: ¡Mucho!

Pues bien, Còsmic es más bien bajito. Pero ha venido de muy lejos, y eso es de agradecer, aunque hoy no está aquí, con nosotros, porque ha ido a ver a sus padres y Còsmic es un dragón que, aunque bajito, quiere mucho a sus padres.

¿Que cómo es Còsmic? A ver, ¿alguien ha visto alguna vez un dragón? ¡Que levante la mano! Oh, ya veo que sí... Pero seguro que se trata de esos dragones estilizados, atléticos, que echan fuego por la boca y vuelan como libélulas aunque pesen como un tren... Pues bien, esos dragones no existen más que en las películas. Y lo peor es que los dragones jóvenes, los de verdad, se lo creen y quieren parecerse a esos dragones de película, y van al gimnasio, y hacen dieta... Pero Còsmic no es así. Es un dragón de verdad, con curvas.

Còsmic ha llegado a la Tierra porque quiere hablarnos de cómo es el universo que él conoce tan bien de tanto vagabundear por ahí a la salida de la escuela...

Por ejemplo, el mes pasado estuvo jugando al fútbol en la Constelación del Perro, y antes de eso, hizo camping con sus amigos en la Nebulosa del Cangrejo. ¿No os da una sana envidia? A mí, sí. Me gustaría ser como Còsmic, y poder volar por ahí, aunque a veces no es tan divertido. Una vez, le cogieron robando unos monguitos, que son como unas frutas que tienen el sabor que imagines en ese momento, y ¡tuvo que salir corriendo por patas...! No, volar no pudo. Los monguitos le pesaban demasiado en la panza, y por más que lo intentó no pudo levantarse del suelo. Pero, si lo veis, no le recordéis esta historia. Le avergonzaría...

Sus profes dicen de él que es un dragón muy inteligente y curioso, pero que podría sacar mejores notas si se concentrara en sus apuntes y en los libros de texto. Y es que a Còsmic le gusta explorar.

Pero lo que más le llamaba la atención a Còsmic cuando sólo era un dralevín —un dragón muy joven— era una canica de color azul que veía flotando en el negro del cielo en las noches de verano, cuando jugaba con sus amigos o, de pasada, cuando iba con sus padres al cine.

—¿Qué será esa bolita de color azul que brilla allí al lado de aquella estrella amarilla? —preguntaba a veces.
—Es el planeta Tienda —le respondía su padre con autoridad.
—¿Tienda? —repetía Còsmic.
—Sí, Tienda —insistía—. Sus emisiones de televisión consisten sobre todo en presentaciones de productos. Pero como son productos inútiles, tu madre nunca les ha comprado nada —concluía.
—Oh, no seas así, papi —intervenía su madre—. Algunos están muy bien de precio.
—!Pero si son completamente inútiles! ¿Para qué quiero yo una faja para vibrar? —bramaba papá dragón.
—Para adelgazar, y no te iría mal, por cierto... —y todos estallaban en carcajadas.

Y así se pasaban el día los papis del pequeño Còsmic: discutiendo por cualquier cosa. Pero, oíd, se querían. Por eso, cuando su pequeño Còsmic se hizo grande, bueno, mayor de edad, porque grande, lo que se dice grande, nunca lo fue, los dos se unieron en un abrazo emocionado mientras lo veían marcharse con otros jóvenes de su edad a la escuela superior de técnicas de vuelo alado.

Pero Còsmic seguía intrigado con aquella bolita, el planeta Tienda. Y pensó que quizá encontrara allí algo bonito que regalarle a sus padres para su aniversario de boda. Así que un día, cogió un poco de queso, pan y olivas, que es lo que más le gusta a Còsmic, y se puso en camino hacia el planeta Tienda.

Pero el planeta Tienda no estaba tan cerca como Còsmic imaginaba. Porque, antes de llegar, tuvo que atravesar zonas muy desoladas y llenas de pedruscos con los que había que estar muy atento si no querías darte el gran castañazo. Y así, Còsmic se tiró algunas semanas, hasta que el planeta Tienda ocupaba ya toda su visión. Era increíble... Pero algo le llamó la atención al pequeño Còsmic. Era una imagen de una belleza maravillosa. Todo azul, con pequeñas nubes blancas que parecían volar casi pegadas al mar, proyectando su sombra sobre las aguas. Pero de los vendedores de cosas, ni rastro.

Còsmic se lanzó hacia su superficie sin recordar que el planeta Tienda, como muchos otros mundos redondos, está protegido por una muralla invisible llamada atmósfera. Trató de frenar batiendo sus pequeñas alas, pero ya era demasiado tarde... Còsmic ya se había dado el gran planchazo sobre su capa superior... Algo así como cuando os tiráis a la piscina de barriga y ¡Plas, uff, qué dolor! Pero Còsmic se repuso pronto, un poco avergonzado por ser tan tonto, y ya dentro de la atmósfera empezó a planear, a volar sin mover las alas. No era necesario hacer ningún esfuerzo. Còsmic iba aún muy rápido y estaba muy por encima de las nubes, donde el cielo es casi transparente y apenas hay nada que respirar. Y debajo, todo era azul.

Por fin divisó a lo lejos, entre el resplandor del sol reflejado en el mar, un trozo de tierra de color marrón. A medida que se aproximaba, pudo divisar pequeñas manchas blancas surcando el mar en todas direcciones, pero sin separarse mucho de aquel trozo de tierra de color marrón. Finalmente, pudo divisar algunos detalles en la costa. Edificios, y líneas grises llenas de pequeñas motas de polvo que iban y venían, como las del mar, pero siempre por encima de aquellas otras líneas grises que parecían cubrir aquel territorio marrón más allá del mar.

Aunque ya había anochecido cuando por fin llegó a la costa, a Còsmic le hizo mucha ilusión encontrar por fin un vendedor que le esperaba de pie en la orilla. Era como los había visto en televisión, con brazos y cabeza. Incluso tenía lucecitas sobre los hombros y encima de la cabeza para, sin duda, anunciar sus productos. Cuando llegó cerca de aquella figura, vio que sus proporciones eran realmente colosales. Es decir: Muy, muy grande. Debía ser el rey del planeta Tienda, por lo menos. Así que Còsmic fue derechito hacia él, le hizo una foto para enviársela a sus padres, y luego se postró. Postrarse quiere decir arrodillarse en señal de respeto, pero a Còsmic le es muy difcil arrodillarse, así que se limitó a exteder sus alitas a lo largo de su cuerpecito y agachar su cabeza en señal de respeto. ¡Qué mono estaba así de serio! Pero el rey del planeta Tienda no hizo ningún gesto, y sus ojos continuaban mirando el horizonte sin siquiera inmutarse por la presencia de Còsmic. Esto enfadó un poco al pequeño dragón, que estaba dispuesto a mostrar el respeto debido al gran rey del planeta Tienda, pero de ningún modo pensaba dejarse despreciar de esa forma.

Así que, Còsmic alzó la cabeza y mirando directamente a los ojos de aquella enorme figura, le gritó con todas sus fuerzas:

—!Eh, que he venido de muy lejos para comprarte algo...! —pero la figura seguía, naturalmente, callada e inmóvil.
—... Si me das un buen precio, claro... —se apresuró a añadir, mostrándole un saquito con piedras preciosas. Y después, miró a ambos lados, por si aparecían nuevos vendedores deseosos de hacer negocios con él.

Pero en lugar de eso, apareció un niño de unos nueve años, que se le quedó mirando con aire un poco sorprendido.

—Y tú, ¿qué miras? —le preguntó Còsmic un poco irritado.
—¿Eres un dragón?
—Claro, soy Còsmic.
—¿Y cómo es que hablas?
—!Vaya, hablo porque quiero! Y tú, ¿quien eres?
—Yo me llamo Jordi. Y esta es mi hermana María -al decir esto, de detrás del pequeño Jordi, apareció una figurita aún más pequeña con trencitas.
—Pues sois muy pequeños para ser vendedores del planeta Tienda.
—Mi padre es muy alto -le advirtió Jordi.
—¿Así de alto? -y Còsmic señaló con su patita hacia la colosal figura ante él.
—¡Pero si eso no es una persona!-y los dos niños se rieron.
—Entonces, ¿quién es?
—No es nadie. Es un edificio, pero desde aquí tiene forma de robot.
—Anda...  —se dijo Còsmic, y rascándose la cabeza, se dirigió a los niños—. Pues yo quiero comprarle algo a mis padres para su aniversario de boda... Por allí está todo cerrado y por eso pensé en venir al planeta Tienda.
—¿Planeta Tienda? —repitieron los niños—. ¿Qué es eso?¿Un nuevo centro comercial?
—Supongo —respondió Còsmic—. ¿No sabéis dónde está?
—No... —y los dos niños se miraron mútuamente, extrañados.

El caso es que ya era muy tarde y el pequeño Còsmic estaba agotado. Así que María lo envolvió en una mantita que tomó de una muñeca, a la que en aquel momento no le hacía falta la mantita, y se llevó al pequeño dragón cósmico como un juguetito. Cuando subieron al coche, papi siquiera prestó atención al nuevo juguete de María —como suele suceder—. Y esa noche, cuando mami cerró la puerta del dormitorio de Jordi y María, los niños se precipitaron hacia el lugar donde habían dejado a Còsmic y le preguntaron muchas cosas. Y estuvieron así toda la noche porque Còsmic no dejaba de contarles cosas maravillosas del universo. Como, por ejemplo, el planeta Hapy donde las madres dragones llevan a sus pequeños a jugar porque allí todo es suave y lleno de divertidos toboganes naturales y pasadizos de colores, y así pueden aprender a volar sin miedo a hacerse daño contra una montaña de granito o algo asi.

Pero al final el sueño les venció y los niños se quedaron dormidos en pijama encima de sus camas.

Cuando a la mañana siguiente mami entró al dormitorio para despertarlos, casi tropieza con Còsmic. Pero sin inmutarse lo colocó dentro del arcón de los juguetes, preguntándose quién les habría comprado un juguete con un aspecto tan caro y realista.

—Será su tía Teresa —pensó—. Siempre se gasta un montón de dinero en regalos para los niños para luego presumir de lo mucho que los quiere. Pero nunca viene a jugar con ellos.
—¿Qué pasa?—protestó un adormilado Jordi.
—¡Buenos dias, perezosos! Venga, asearos y bajad a desayunar.

En cuanto Mami desapareció de nuevo, María y Jordi se precipitaron como habían hecho la noche anterior al arcón de juguetes y sacaron a Còsmic, que aún estaba bastante adormilado, por qué no decirlo.

—¿Qué hora es? ¿Dónde estoy? ¿Quienes sois vosotros? —dijo Còsmic entre bostezos.
—¿Has dormido bien en la Tierra? ¿Te apetece desayunar un desayuno de la Tierra? Anda, ¿qué comerán los dragones?
—¿La qué? Oh, no... Me he equivocado de planeta... Esto no es el planeta Tienda.
—Bueno, no te preocupes. Los nombres se parecen: Tierra, Tienda. Es natural equivocarse. No sé porque les ponen nombres tan parecidos, con la cantidad de nombres raros que se pueden inventar —dijo María.
—Oh, sí. Mi padre siempre se equivoca cuando conduce porque hace caso a mi madre —añadió Jordi.
—Mi madre sabe más que el GPS, pero mi padre nunca escucha, ¡nunca! Eso dice mamá... —replicó María.

Y los dos se enredaron en una discusión mientras Còsmic se cubría la cara con una patita...

De repente, los dos niños se giraron hacia el dragón como uno sólo.

—¿Puedes quedarte con nosotros hasta que descanses, por favor? ¿Sí? ¿Sí? —le preguntaron al unísono con ansiedad, y a continuación desaparecieron en el cuarto de baño sin siquiera esperar respuesta, cosa que  dejó perplejo a Còsmic. Después del desayuno, cogieron sus mochilas y María metió a Còsmic en la suya para ir al cole.

—Anda, ¡qué haces! Nos van a pillar —protestó Jordi.
—Qué va... No te moverás, ¿verdad, Cosmito? —así era como Maria se había acostumbrado a llamar al pequeño dragón del espacio.

Pero Còsmic estaba un poco asustado y no dijo nada ni se movió de la mochila hasta la hora del recreo. Entonces, cuando ya no quedaban niños en la clase, Còsmic salió de la mochila y pudo ver a través de los cristales a los niños en el patio. Y cuando divisó a Jordi y a María, también divisó a un grupo de niños que les cortaban el paso con cara de pocos amigos. Las orejas de Còsmic eran muy sensibles, y las orientó hacia la escena para escuchar la conversación. Previendo problemas, intentó bajar al patio para defenderlos, pero un niño lo agarró por el pescuezo y se lo llevó corriendo para enseñárlo a su jefe, orgulloso de su destreza capturando juguetes que caminan.

—Alto, ¿no os había dicho que por aquí no podíais pasar si no pagáis? —dijeron los niños malos a María y Jordi.
—No tenemos dinero —respondió Jordi.
—Pues dadnos un juguete —insistieron.
—No tenemos...
—Mentirosos. ¿Qué es esto? —Y uno de ellos les trajo a Còsmic, sujeto como un juguete sin vida.
—Y, ¿cómo funciona? —añadió otro.
—¡Eh, cuidado! ¡No es un juguete! —gritó María.
—Sí que lo es, y nos lo vamos a quedar.
—Pero es muy feo —dijo alguien.
—Sí, es muy feo. Creo que lo mejor es romperlo —proclamó el jefecillo.
—¡Nooooo! —gritó María, y el mundo pareció detenerse en ese instante.

Pero entonces, Còsmic movió los ojos en círculo y dijo en un tono de voz un poco robótico:

—Hola. Sé contar chistes...
—¡Anda! Pero si habla! ¡Eh, dejadle que cuente un chiste!—gritaron los niños.


Y Còsmic se hizo espacio en medio del grupo y comenzó a explicarlo.

«Un gato caminaba por un tejado maullando: ¡Miau, miauuu!
En eso se le acerca otro gato repitiendo:¡Guau, guauuuu!
Entonces el primer gato le dice:
—Oye, ¿por qué ladras si tú eres gato?
Y el otro le contesta:
—¿Es que uno no puede aprender idiomas?»

Despues de mirarse unos a otros con incredulidad, empezaron a reirse todos con tal fuerza que lloraban y les dolía la barriga de tanto reir, y a Jordi y Maria no les costó nada recuperar a Còsmic y llevárselo con ellos. Aquella tarde, a la salida de la escuela, Còsmic les acompañó al parque y luego les hizo compañía mientras todos merendaban y más tarde, mientras estudiaban. Mari sacó de su mochila queso, olivas y pan envueltos en un paño para la merienda de Còsmic. Si tenéis una mascota, recordad que debéis aseguraros de que tiene comida antes incluso de comer vosotros, como si fuerais sus papis, y como vuestros papis hacen con vosotros. ¿Por qué? Porque os quieren.

¡Y cómo se reían recordando el chiste de Còsmic, aunque el dragoncito no les permitía dejar de estudiar por mucho tiempo.

Cuando por fin acabó el día, Jordi, Maria y Còsmic sabían que eran amigos para siempre y que vivirían juntos muchas más aventuras.

Y así, amiguitos, fue el primer día de Còsmic, el dragoncito, en la Tierra. ¿Os ha gustado?

Pues hay muchas mas historias que os iré contando si venís a escucharlas. Ahora, ¡iros y disfrutad del día siendo buenos!



* * *



La barcelonesa María Rodés le pone música a este relato con su dulcísima y engañosamente ingenua Te vi, de su segundo disco en solitario editado en el 2012, Sueño Triangular.

Antes o despues, todos vuelven...

Foto del rey del planeta Tienda por Diego Rodríguez.