martes, noviembre 01, 2011

El Manga y la generación robada

Cosplay de Ranka Lee. Foto, Diego Rodríguez

A medida que la expectativa de vida se ha ido alargando, los adultos han pasado a ocupar el papel que antaño otorgaban a sus propios vástagos. Es decir, han heredado de si mismos y en vida lo que hubieran debido traspasar a sus hijos.


La revolución digital les ha permitido llevarse consigo toda la cultura de los años 80 sin mermas y disfrutar de algo asi como un mundo sin tiempo, donde las canciones y las pelis suenan siempre igual o incluso mejor a medida que se sofistican los reproductores. Donde la moda en el vestir se ha acomodado a dar vueltas y más vueltas sobre el mismo punto en el tiempo. Aquel donde los tejanos lavados a la piedra se adueñaron del mundo.

A los jóvenes no les toca sino deambular por los restos de la cultura de sus padres, alimentandose de sus mitos y de sus ídolos, convirtiéndolos en suyos en un esteril ejercicio mimético de adaptación a un mundo sin futuro.

En lo social, los adultos se mezclan con los jóvenes imponiendo su experiencia, su poder adquisitivo y su aspecto fitness. Se les ve copando carreteras en mayas de ciclistas, gimnasios, conciertos de pop y centros comerciales. Pero no son jóvenes. Son sólo ladrones. Ladrones de toda una generación.

El movimiento Manga supone una especie de rebeldía contra este estado de cosas. No es una vuelta al pasado, sino una visita al terreno inexplorado de la fantasia, de los dioses y los superheroes, pero no de los superheroes enmarañados en resolver disputas urbanas, sino de seres pertenecientes a una cultura animista y rica en fábulas y mundos oníricos.

Cuando un joven se disfraza de su personaje favorito, a despecho de diferenciarse del resto o ser tachado de frikie, se está afirmando en su condición de joven. De persona libre. De legitimo heredero de un mundo que nosotros los adultos nos empeñamos en robarles a golpe de último modelo de Desigual o iPhone.