Bueno, ésta era la realización de un sueño. Allí estaban los dos, rodeados de un millón o más de chinos, y aunque sólo llevaban una mochila a la espalda, se miraron sonrientes antes de pensar en qué dirección dirigirse.
Ni siquiera sabían qué día de la semana era, y no les importaba porque todo cuanto aparecía ante sus ojos era nuevo y sorprendente. Se tomaron de la mano mientras atravesaban una concurrida avenida de muchos carriles, flanqueada por imponentes moles de acero y cristal.
Así que esto era, no cabía duda, China.
Desde luego, si no se fijaban mucho en la gente, podrían encontrarse en cualquier otra capital del mundo en hora punta. Pero China, la verdadera China, no estaba lejos. Les bastó internarse por un callejón, dejándose llevar por los olores y las esencias, para encontrarse en otro mundo, completamente diferente, completamente indiferente. Encontraron una terraza y se sentaron, dejando sus mochilas a un lado. Heinz era el más atrevido de los dos, así que fue a buscar un par de cuencos grandes conteniendo un suculento y humeante guiso que ambos consumieron con avidez sin preocuparse por su nombre o sus ingredientes. Estaba muy rico y apreciaron su textura, su sabor y su olfato. Luego, por un momento disfrutaron de la sobremesa, se pusieron en pie, ayudándose a colocarse la mochila el uno al otro. Y lo hicieron con especial cuidado, como tratando de capturar el momento. Cuando por fin Anna se volvió hacia Heinz, una sonrisa tímida se dibujo en su cara. Esa tímida sonrisa que Heinz no supo interpretar de forma consciente aunque significaba algo muy sencillo: bésame.
Y Heinz la besó, pero fue un beso muy tímido. Un poco azorado. Un poco torpe. Incluso temeroso. Después de todo, era el primer beso. Aquel beso que ella le hurtó al llegar a Bangalore, y también durante el monzón en Tailandia. Pero la besó porque no sabía cómo evitarlo. Ella lo había guiado hasta su boca como un faro guía a puerto seguro un barquito en mitad de la noche tormentosa.
Y sintió el sabor de su boca en la suya, y pensó que era lo más maravilloso que había sentido desde que ambos, unos días antes, hubieran bebido de un manantial a más de tres mil metros en el Himalaya.
Bueno, luego, durante los días, semanas, meses y años siguientes siguieron muchos más besos, pero ¡oh, maravilla de maravillas! fueron cada uno igualmente hermosos, como aquel amanecer a orillas del templo de Siam en el que ella giró en el último momento su cara, apartando su boca de la de él por miedo a que aquel primer beso les robara el amanecer.
* * *
Con frecuencia sucede que el primer éxito es también el único o el mayor en la carrera de un artista. Dudo que Katie Melua sea capaz de volver a cantar algo como la pieza que su productor y descubridor, el influyente Mike Batt, escribió para ella en el 2005, Nine Billion Bycicles.
Pero si fuera así, si Katie jamás volviera a brillar con tanta fuerza, tampoco pasaría nada. Sé que te gusta esta canción, es un hecho.
Como el hecho de que te amaré hasta que muera.
Como el hecho de que te amaré hasta que muera.