Cuando era un adolescente, debió de caer en mis manos uno de esos catálogos en papel couché que se reparten en las ferias del automóvil y que sirven para permitirnos soñar en color con coches que jamás conduciremos.
En este caso, además del coche en cuestión, un detalle capturó mi atención: Porsche presentaba su nuevo modelo de entrada a la firma, el más baratito, vamos, el modelo 924, y pretendía presentar también a su poseedor natural. Según los expertos en marketing del fabricante, sería un hombre joven, casado con una hermosa rubia, saliendo de una típica casa de suburbios, y equipada con un gran garaje. Creo que también aparecían un par de niños pequeños, rubios por añadidura. El coche, aparcado a la entrada de la casa, tenía su portón trasero alzado, esperando la canasta de picnic. Era una escena conmovedora para un joven fácilmente impresionable, que dejó su huella en mi búsqueda de la felicidad durante el resto de mi vida.
Si tengo que ser sincero, puede que algunos de los detalles que te he contado del anuncio realmente no aparecieran allí, y lo hicieran en otro lugar, quizá otro coche, o simplemente me los haya inventado. El hecho es que el Porsche 924, lejos de los excesos del modelo 928, se convirtió en el icono de mi juventud, y a Porsche le salvó de la crisis del petróleo, aunque eso yo no lo sabía entonces. Así que yo también quería una esposa rubia, unos niños rubios, una casa unifamiliar con un gran garaje y una cesta de picnic en el portamaletas de mi Porsche. Otra variación del sueño incluía la misma escena, pero sin niños, y con la casa reemplazada por la entrada de un hotel de montaña y la cesta de picnic por maletas de fin de semana.
Pero como buen icono, llegó un buen dia en el que se esfumó, y yo ya no tenía ningunas ganas de meterme en un coche pequeñito y lento con sólo dos plazas. La sociedad había cambiado, yo había cambiado. El nuevo icono se llamaba Renault Espace, y se asemejaba más a un avión de pasajeros.
La evolución no se detuvo ahí. Al coche familiar le crecieron los músculos y se convirtió en familiar deportivo todoterreno. Estaba claro que al hombre moderno no le iba eso de tomar decisiones, de seleccionar y renunciar. Lo quería todo. Algo así como el Lexus 450 híbrido. Y yo soy un hombre moderno, ¿no?
Gracias, amigos publicistas de automóviles, por ir dándonos guías a la felicidad.
Por cierto, nunca he poseído ninguno de estos coches, aunque los he deseado todos.
¿Es posible ser feliz así en este mundo?