Con la irrupción de los diminutos ordenadores de red y los teléfonos y tabletas inteligentes (observa aqui, querido lector, que he evitado escribir netbook o tablet), Internet se ha colado definitivamente en nuestro fuero más interno, en forma de apps. Aplicaciones fáciles de descargar, la mayoría gratuitas o en todo caso muy baratas, que tratan de exprimir hasta la última posibilidad de la red cuando se combina con cien gramos de alta tecnología.
Nadie, que yo sepa, había previsto esto ni en las más calenturientas mentes de los más destacados autores de novelas de ciencia ficción. En una escena de la celebérrima y anticipadísima Blade Runner, el protagonista, que ha robado un coche policial que vuela, toma tierra en un callejón para precipitarse hacia una cabina telefónica desde donde llamar a su heroina, que creo recordar es una avanzada androide.
Pero, bueno, si uno tiene coches voladores y robots que parecen humanos, debería tener al menos un teléfono inalámbrico, aunque fuera de aquellos que en los años 80 se llevaban en bandolera presumiendo por ahí de gran broker de Wall Street. Pero no. Los teléfonos inalámbricos no figuran en la vasta mayoría de miradas al futuro que desde los ya lejanos años 80 del siglo pasado se lanzaron. Así que ya se pueden imaginar que menos aún estos artilugios de formas engañosamente simples, que interconectan el mundo en virtud de planes de datos que han acabado por constituir necesidades tan vitales como el pan o el agua para millones de jóvenes hoy en día.
La enésima epifanía de GNU/Linux, el Android de Google, es el heraldo de este nuevo mundo capaz de satisfacer las necesidades sociales y cognitivas de toda una generación hasta tal punto que practicamente no vea ya necesidad de interactuar con el mundo real, como no sea emulando los muros de Facebook en las plazas publicas bajo vagas consignas de rebeldía, pero de buen rollo.
En la también celebérrima Terminator, el fin del mundo empieza cuando la red cae en poder de una inteligencia artificial. En aquellos años, la red era sinónimo de control de armas atómicas y semáforos.
Hoy, la red es sinónimo de 'me gusta esto'.