No podía dejar pasar esta oportunidad. De hecho, un amigo me dijo que, en el futuro, lo único importante que se recordará será esa primera órbita, ni tan siquiera la épica llegada del hombre a la luna, sino esa modesta azaña que hace ahora 50 años llevó al hombre a una nueva frontera.
Como homenaje, he tomado como base un excelente relato de aquel primer vuelo espacial a cargo de lapizarradeyurigagarin@gmail.com.
Érase una vez una niña de seis años que se llamaba Rita.
Rita vivía con sus papás en una granja colectiva a orillas de un río muy, muy grande, no lejos de un lugar llamado Engels. El papá de Rita era guardabosques y su mamá, que se llamaba Anna Akimova, se dedicaba a cuidar el ganado. Esta mañana, Rita había salido con su mamá para llevar a una vaca a pastar en los campos cercanos. Hacía un día muy bonito, con un cielo muy azul. Se acercaba ya el mediodía y el sol brillaba con fuerza, aunque era el mes de abril y aún hacía un poco de frío. De pronto, Rita señaló a lo alto y anunció:
–¡Mira, mamá! ¡Hay un señor que baja del cielo!
La mamá de Rita quiso decirle que no fuera tan fantasiosa (porque la verdad es que Rita, a veces, era un poquito fantasiosa); pero miró de reojo al punto donde señalaba la niña. Y entonces, ella también lo vio. Había, en efecto, un señor con un mono naranja y un casco blanco que bajaba del cielo en paracaídas. Anna y Rita se quedaron un poco pasmadas, viéndole descender en los campos cercanos. Y cuando el señor del mono naranja echó a andar hacia ellas arrastrando su paracaídas, la mamá de Rita la agarró con fuerza y ambas retrocedieron un poco asustadas. No hacía tantos años que terminó la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría estaba ya en su pleno apogeo y podía ser que los señores que bajan del cielo no trajeran buenas intenciones. Aunque, para ser espía o soldado enemigo, este tipo era más bajito que los de las películas. Y sonreía, como si estuviera inmensamente feliz. Además, en el casco blanco que llevaba ahora en la mano ponía “CCCP“: el acrónimo de su país.
Dias felices |
Entonces, el señor bajito del mono naranja que había bajado del cielo les gritó:
Yuri Gagarin tras su aterrizaje
–¡Eh, no tengáis miedo! ¡Soy soviético, como vosotras! ¡Vengo del espacio y tengo que encontrar un teléfono para llamar a Moscú!
El señor bajito del mono naranja, un joven de veintisiete años que resultó ser muy alegre y simpático, se llamaba Yuri Alekseyevich Gagarin. Era el 12 de abril de 1961, cerca del mediodía, hora de Moscú. Y lo más cañero de todo es que decía la verdad: acababa de regresar del cosmos con una nave espacial llamada Vostok-1, que tomó tierra automáticamente a alguna distancia de allí. ¡Esto sí era una cosa para contar mañana en el cole!
Rita y su mamá le llevaron a la granja colectiva, charlando amistosamente (aunque, la verdad, mamá no se acababa de creer mucho su historia). Mientras el supuesto kosmonavt hablaba por teléfono, alguien dijo que había oído en la radio un rato antes algo sobre el asunto este. Que el tipo era un héroe, el primer hombre en viajar al espacio, una cosa del otro mundo. Entonces, empezó una especie de locura colectiva, mucho más que cuando el Sokol de Saratov ascendió a segunda división. La gente se hizo fotos con él y se lo llevaron en un camión hacia la cercana base aérea de Engels. Pero apenas habían salido a la carretera cuando apareció un helicóptero a recogerlo. Al poco, el lugar se llenaba de soldados, científicos y cámaras. La radio repetía triunfalmente con palabras muy grandes que la Unión Soviética había llevado al primer hombre al cosmos. Y el señor bajito y simpático del mono naranja salió en la tele y en los periódicos y en las revistas de todo el mundo, una y mil veces. Pues, en efecto, la historia de la civilización terrestre acababa de cambiar ante los ojos atónitos de Rita, su mamá y una vaca –cuyo nombre, por desgracia, no recordamos–, que vieron el instante en que la Humanidad entraba definitivamente en la Era Espacial.
La aventura extraordinaria del joven bajito con mono naranja había empezado unas horas antes, esa misma mañana, en un lugar secreto situado mil quinientos kilómetros al sudeste de allí. Por aquel entonces ese lugar aún se llamaba Tyuratam, pero pronto el mundo entero lo conocería como Baikonur. El cosmódromo de Baikonur.
Esa mañana, todo el mundo se levantó muy temprano en Baikonur. Algunos ni siquiera habían dormido. Entre otros, un señor regordete, cuellicorto y cabezón cuyo nombre era tan secreto que sólo se le llamaba por las iniciales S. P. o número 20; aunque el mundo llegaría a conocerle como el Diseñador Jefe. Este señor Número 20 era quien ideó todo aquello y lo había llevado a cabo –con la ayuda de otros muchos casi tan geniales como él, claro–; y también quien decidió que el joven bajito, simpático y ligón llamado Yuri Gagarin se convertiría en el héroe de su fabulosa aventura. Le conocía en persona como al resto de sus aguiluchos –los elegidos para la gloria del programa espacial soviético–, eran amigos y hoy este aguilucho Gagarin se convertiría en águila… o moriría en el intento.
Un Yuri Gagarin adolescente en su época de aprendiz de forjador y gamberro simpático entre las muchachas de Lyubertsy.
Yuri Gagarin era un joven piloto de la Fuerza Aérea Soviética que pertenecía ya a una nueva generación para quienes la Segunda Guerra Mundial era un recuerdo de la infancia y Stalin, un nombre de su adolescencia. Nacido en 1934, tenía once años cuando acabó el conflicto y diecinueve cuando desapareció el autócrata. Por aquel entonces, Gagarin era aún aprendiz de forjador en una fábrica, que había aprendido a pilotar avionetas en un aeroclub local y estudiaba para técnico aeronáutico en una escuela de formación profesional. Y es que procedía de una familia muy humilde: hijo de un carpintero y de una campesina a la que le gustaba mucho leer, se había criado en un suburbio industrial periférico de Moscú con no muy buena fama llamado Lyubertsy. Sus profesores decían de él que era buen estudiante pero bastante gamberro. Las muchachas de Lyubertsy coincidían en que era bastante gamberro, pero un gamberro simpático a pesar de su corta estatura –1,57, en un país donde los tipos suelen ser bastante inmensos– y esas cosas que se dicen antes de dejarse, uh, acaramelar.
En 1955, a los veintiún años, Gagarin terminó su curso de técnico aeronáutico con unas notas bastante estupendas a pesar de estos entretenimientos e ingresó en la Fuerza Aérea Soviética para convertirse en piloto militar. Recibió sus alas en la Escuela de Pilotos de Orenburg, a los mandos de un MiG-15; a continuación, se casó con una chavala de nombre Valentina Goryacheva, aunque dicen las malas lenguas que no sentó mucho la cabeza en el tema de faldas.
Sus superiores le enviaron a ejercer su nueva y definitiva profesión en un lugar llamado Luostari, en el óblast de Múrmansk, apenas unos pocos kilómetros al sur del Círculo Polar Ártico. Para parar a los bombarderos capitalistas si algún día decidieran atacar a la Rodina por el Polo Norte, Noruega o ese rollo. Como te imaginarás con facilidad, no es la Costa del Sol exactamente; sino un lugar maldito entre la tundra y los hielos del Océano Glaciar Ártico, con una climatología casi extraterrestre, que sólo tiene una virtud: crear magníficos pilotos, porque es preciso ser un magnífico piloto para gobernar aviones en un sitio donde hay una ventisca infernal antes de almorzar y otra después de comer como cosa de todos los días. O casi todos; luego están los días verdaderamente malos.
Por lo visto, se le daba bien: a los veinticuatro años fue ascendido a teniente y a los veintiséis, a teniente primero. Más o menos en ese mismo año, 1959, comenzó a circular entre los oficiales jóvenes de la Fuerza Aérea Soviética que había una nueva oportunidad laboral relacionada con los recientes vuelos al espacio del Sputnik y de Laika. Que se admitían voluntarios, vamos, para un curro muy secreto, muy exigente y muy peligroso que conducía directamente a la gloria o a la muerte en versión fritanga estratosférica y cachitos múltiples. Exactamente la clase de proposición que un joven piloto de caza encuentra irresistible: hubo miles de solicitudes, y entre ellas estaba la del teniente primero Yuri Gagarin. Quien, por cierto, acababa de tener a su primera hija: Yelena.
En 1960, se contaba ya entre el selecto grupo de veinte pilotos expertos elegidos para que uno de ellos se convirtiera en el primer ser humano en viajar al cosmos. Su corta estatura fue, precisamente, un punto a su favor: el espacio disponible en aquellas primeras Vostok era francamente reducido y los tipos grandullones no cabían. Pero no fue el único: las pruebas, cursos, exámenes, entrenamientos y comprobaciones de seguridad rayaban lo inhumano. Poco a poco, dos nombres fueron destilándose en aquel exclusivo grupo de pilotos excepcionales: Gherman Titov y nuestro Yuri Gagarin. Pronto se convirtió en el favorito, precisamente por ser de origen humilde (algo muy valorado en la Unión Soviética) y porque su nombre no sonaba tan alemán como el de Gherman Titov (si bien Gherman es relativamente común en Rusia y viene de San Germán de Constantinopla, un patriarca antiguo de la Iglesia Ortodoxa).
Pero el señor Número 20, el legendario Diseñador Jefe que ya había lanzado al Sputnik y a Laika y otros cuantos objetos y animales más, no se dejaba impresionar por detalles de esos; y era precisamente este dios de la cosmonáutica quien debía tomar la decisión. Al parecer, sucedió de una forma bastante anecdótica. Estaban varios compañeros esperando en una sala para entrar a uno de los últimos exámenes teóricos, y pasaban el rato haciéndose preguntas entre sí, por practicar la prueba. Entonces, a instancia de uno de sus colegas, Yuri comenzó a recitar de carrerilla y con detalles exhaustivos los procedimientos técnicos de control de la Vostok; casi como si la hubiera diseñado él mismo. Casualmente, el Diseñador Jefe se encontraba en la habitación de al lado y pudo oírlo a través de la puerta. Y como ya tenía una muy buena opinión sobre él, especialmente porque Gagarin comprendía el alcance histórico y filosófico de todo aquel invento como muy pocos, tomó la decisión final en ese instante: el terror de las niñas de Lyubertsy, que acababa de tener a su segunda hija Galina, sería el primer gran héroe de la Era Espacial.
Y así estaban las cosas en aquella mañana del 12 de abril de 1961. A unos pocos kilómetros, en una plataforma que se llamaba entonces sitio número 1 y ahora se conoce como la salida de Gagarin, esperaba ya una variante mejorada del primitivo cohete R-7 Semyorka denominada Vostok-8K72K. En la punta, una minúscula nave espacial con aspecto de helado de cucurucho raro llamada Vostok-1 y nombre en clave Cedro (Кедр, “Kedr”) aguardaba al elegido para pasar al libro gordo de la historia con letras grandes y doradas… o a una tumba con letras también grandes y doradas.
Jamás se había hecho antes. Era la primera vez en que la Humanidad decidió enviar a uno de sus hijos más allá de la suave atmósfera que nos vio surgir. Y no sólo eso, sino que además iban a por el premio gordo: debía describir una órbita completa alrededor del planeta Tierra, pues sólo así se abriría la puerta para los viajes espaciales futuros. Aut Cæsar aut nihil, y esas cosas.
La mañana anterior, 11 de abril, Yuri y Gherman –Titov era el piloto de respaldo, por si a Gagarin le pasaba algo en el último momento– estuvieron charlando con unos soldados de la base de lanzamientos. Después, acudieron ya al chalé donde debían pasar la noche, junto a su jefe de entrenamiento, el general Nikolai Kamanin. En el centro de control, acaba de comenzar la cuenta atrás. Mientras se hallaban en esta casa comenzaron ya a tomar comida espacial, preparada por la Academia de Medicina de la URSS: dos raciones de puré de carne y una de salsa de chocolate, en tubos de 160 gramos. Durante la tarde, les colocan los sensores médicos que uno de los dos llevará puestos durante el vuelo y les toman las mediciones en reposo a lo largo de hora y media. Aparentemente, Yuri está muy tranquilo durante este proceso: su presión arterial es de 115/60, su pulso asciende a 64 pulsaciones por minuto y su temperatura corporal está en 36,8 ºC. A las nueve y media de la noche, el Diseñador Jefe se pasa a hacerles una visita y conversar un rato con ellos: todo está listo y el lanzamiento procederá según lo programado, con Yuri como primer piloto. Poco después, ambos cosmonautas se van a la cama; aunque el general Kamanin, quien permanece despierto en el cuarto adyacente, les oye conversar en la oscuridad hasta bien entrada la noche. Habría sido interesante estar en esa conversación, ¿eh?
En la mañana del 12 de abril de 1961, como ya dijimos, todo el mundo se levanta muy temprano en Baikonur. Yuri y Gherman hacen algo de deporte, desayunan aquellos tubos de comida espacial estrictamente controlada y acuden a que les vistan con sus trajes de vuelo, sus cascos blancos y su monos naranja. A cada minuto que pasaba, había más gente alrededor: técnicos, médicos, especialistas, militares, los miembros del comité estatal. Todo el mundo parece estar de muy buen humor, aunque también se respira mucha tensión en el ambiente y la seriedad de quienes saben que se disponen a hacer historia, y no pequeña. Yuri sigue muy tranquilo y bromea con todo el mundo, como es su carácter, mientras se enfunda su traje SK-1. Ha amanecido ya cuando Gagarin, Titov y un grupo de especialistas y soldados se suben a un autobús en dirección al sitio número uno, seguidos por un vehículo de escolta. Conforme se aproximan, Yuri mira al inmóvil cohete Vostok-K que ya apunta más allá de los cielos.
Son las ocho y pico de la mañana cuando hay unos breves discursos, unas despedidas bastante emotivas y Yuri echa a andar hacia la plataforma de lanzamiento acompañado por técnicos, médicos y el general Kamanin. Aún existe la posibilidad de que se tuerza un tobillo o algo así subiendo la escalerilla, y entonces Titov será el primer hombre en el espacio… o el primer muerto intentándolo. Pero no sucede nada de eso. Yuri se introduce en un ascensor, asciende hasta la punta del cohete y allí es introducido y sujeto a la cápsula Vostok-1.
En principio, no está previsto que Yuri tome los mandos: será un vuelo completamente automático. No obstante, le han entregado un sobre con las claves precisas para hacerlo en caso necesario. A bordo lleva comida espacial para diez días, por si acaso fallase el procedimiento de reentrada y tuviera que esperar allá lejos hasta que la órbita decaiga por sí sola. Aunque, si falla algo, lo más normal es que todo sea bastante más rápido y definitivo. Muchos pisos más abajo, las bombas comienzan a inyectar el keroseno y el oxígeno líquido para los motores cohete RD-108 de 1959.
Gagarin en la Vostok 1
Se acercan las nueve de la mañana del doce de abril de 1961, y el joven bajito y simpático que se llama Yuri Gagarin está ya encerrado en la Vostok-1. La Vostok-1, con su aspecto general de un cucurucho de helado medio asomando en la punta del cohete, está compuesta por dos partes: una esférica donde se halla el aspirante a kosmonavt, y otra en forma de cono truncado para los equipos electrónicos, de orientación y apoyo. Alrededor, unos depósitos esféricos con oxígeno y nitrógeno líquidos para soporte vital y propulsión. Por radio, verifican los últimos parámetros previos al lanzamiento. El Diseñador Jefe está al mando, hoy como jefe de control de misión, y dice:
–Zarya llamando a Kedr. La cuenta atrás [final] está a punto de empezar.
–Recibido –contesta Yuri–. Me encuentro bien, estupendo de ánimo, listo para ir.
Los rusos no usan la conocida cuenta atrás estadounidense que va descontando segundos en voz alta. Simplemente, el reloj va marcando el momento de realizar las distintas acciones previas al lanzamiento, y por fin marca la hora de cambiar la historia de la Humanidad para siempre. Entonces, mientras el cohete Vostok comienza a vibrar, los soportes de la torre de lanzamiento se apartan de él y los motores empiezan a proyectar llamaradas anaranjadas, la voz del Diseñador Jefe recita:
–Etapa preliminar… intermedia… principal… ¡lanzamiento! Te deseamos un buen vuelo, todo está correcto.
Yuri siente una suave sacudida, el estruendo de los motores cohete acelerando a máxima potencia y el fuerte tirón que le separa del suelo para llevarlo ni más ni menos que al espacio. Ve que ha comenzado a moverse y grita a la radio:
–Poiejaly! (Поехали! “¡Allá vamos!”)
Son las nueve y siete minutos de la mañana. En medio de una gran humareda, llamaradas inmensas y un rugido atronador, el cohete Vostok-8K72K se eleva desde las estepas de Kazajstán hacia el lugar donde el cielo ya no es azul pero a cambio está lleno de estrellas. Lejos de allí, a orillas del Volga, una niña llamada Rita saca a pastar a una vaca en compañía de su mamá.
A los 119 segundos de vuelo, los cuatro impulsores externos se separan y caen hacia el desértico downrange de Baikonur. Gagarin conversa con su control de lanzamiento Zarya-1, indicando que todo parece ir bien. El Diseñador Jefe le confirma que el lanzamiento se ha producido dentro de todos los parámetros programados y que los datos transmitidos por el cohete son similares a lo previsto. A las nueve y diez, cuando el cohete lleva ahora 156 segundos elevándose a toda potencia, el aire se vuelve tan tenue que el fuselaje aerodinámico ya no es necesario y se separa, dejando al descubierto la nave Vostok-1 donde viaja Gagarin. El sistema de orientación óptico Vzor se activa y comienza a tomar referencias para el largo viaje por la órbita de la Tierra. El control de tierra le ve a través de un enlace de televisión; Gagarin parece encontrarse bien, consciente y orientado, muy contento. Los sensores médicos conectados a su cuerpo no presentan ninguna anomalía significativa. Hay que tener en cuenta que, hasta ese momento, nadie sabía realmente si un ser humano podría sobrevivir a un vuelo espacial.
A los cinco minutos del lanzamiento, el cohete principal agota igualmente su combustible y se separa para caer a tierra también. La fase superior se enciende para llevar a la nave espacial hasta su destino. Un minuto después, a las 09:13, Yuri transmite al Diseñador Jefe en Zarya-1:
–El vuelo sigue bien. Puedo ver la Tierra. La visibilidad es buena… puedo verlo casi todo. Hay un poquito de espacio bajo la cubierta nubosa de cúmulos… Continúo el vuelo, todo está bien.
Otro minuto más tarde, el aún aspirante a kosmonavt se ratifica:
–Todo funciona muy bien. Todos los sistemas están operativos. ¡Sigamos adelante!
A las 09:15, la etapa superior está activa aún y se encuentran ahora sobre Asia Central. El cielo es negro por completo y está lleno de estrellas. Debido al veloz aumento de la distancia a Baikonur, las comunicaciones de radio empeoran rápidamente. Está previsto: Zarya-2, el centro de seguimiento de Kolpashevo, trata de restablecer las comunicaciones lo antes posible. A las 09:17, la última etapa se apaga y el computador de a bordo libera a la nave espacial Vostok. Ahora ya no tiene ninguna propulsión, ni la necesita. Diez segundos después, Yuri Gagarin entra en órbita. ¡Está en el espacio! Ahora ya es un verdadero kosmonavt, el primero de todos, el pionero de la Humanidad: el fundador. Cualquier cosa que hagan las generaciones futuras más allá de la Tierra, lo harán como sucesores del ciudadano soviético Yuri Alekseyevich Gagarin a bordo de su nave Vostok-1, creada por el señor Número 20 y los suyos. Pero aún queda mucho trabajo por hacer hasta regresar con vida a casa. Ahora mismo se encuentra sobre Siberia, en dirección al este, al Océano Pacífico. Transmite a Zarya-2:
Yuri Gagarin en órbita
–La nave está funcionando normalmente. Veo la Tierra a través del ojo de buey del Vzor. Todo procede según lo planeado.
A las 09:21 la Vostok-1 sobrepasa la Península de Kamchatka para adentrarse en el Océano Pacífico, abandonando así la Unión Soviética. Gagarin aprovecha para emitir un informe de situación:
–Las luces están activadas en el monitor de descenso. Me encuentro bien y de buen ánimo. Parámetros de cabina: presión atmosférica 1, humedad 65, temperatura 20. Presión en el compartimiento 1, primer automático 155, segundo automático 155, presión en el sistema de retrocohetes 320 atmósferas.
Ha transcurrido un cuarto de hora desde el lanzamiento y se está haciendo rápidamente de noche. Va a ser el día y la noche más cortos vividos por un ser humano jamás: poco más de 100 minutos para dar la vuelta completa a la Tierra y todos sus husos horarios. Conforme la Vostok-1 se adentra hacia las tinieblas del Pacífico, Zarya-3 (en Yelizovo) entra en contacto con el kosmonavt a las 09:26 y éste les pide un informe de telemetría. Sin embargo, Zarya-3 apenas tiene datos aún:
–¿Qué podéis decirme del vuelo? ¿Qué me decís? –pregunta Yuri.
–No hay instrucciones de Número 20 –le contestan desde Yelizovo–. El vuelo procede con normalidad.
–¡Pero dadme los datos del vuelo! Ah, y mandadle un saludo al Rubio –pide Gagarin, en referencia a su amigo y futuro cosmonauta Alexei Leonov.
Zarya-3 no puede darle datos de telemetría todavía –sólo lleva seis minutos en órbita y en aquella época esas cosas se tomaban su tiempo–, pero sí confirmarle que todos los sistemas están operando correctamente. La conversación languidece mientras las comunicaciones empeoran, conforme la Vostok-1 entra definitivamente en la noche sobre el Océano Pacífico. Desde Alaska, una estación de guerra electrónica estadounidense capta las imágenes de televisión que proceden desde el espacio, donde se ve a un hombre joven con casco hablando en ruso. No saben a qué atenerse, pero comprenden que están ante algo histórico y se ponen en comunicación con Washington. A casi ocho kilómetros por segundo y más de trescientos kilómetros de altitud sobre la superficie terrestre, Gagarin avanza ahora hacia las Islas Hawaii. Las comunicaciones por VHF ya no son posibles a tanta distancia, pero continúan intercambiándose mensajes por HF. Un rato más tarde, Yuri transmite:
–Informe regular de situación: son las nueve horas y cuarenta y ocho minutos, el vuelo procede con éxito, Spusk-1 está operando con normalidad. El índice móvil del monitor de descenso está moviéndose [...] Me encuentro bien.
A las 09:51, comunica también que el control de actitud por orientación solar se ha activado. Aún tiene que esperar dos minutos más para recibir desde Khabarovsk el mensaje que llevaba esperando todo el rato:
–Kedr, aquí Zarya-2. Por orden de Número 33 [el general Kamanin] hemos encendido los transmisores y comunicamos lo siguiente: el vuelo procede normalmente y la órbita ha sido calculada.
A Yuri le cuesta mantenerse quieto en su asiento cuando oye estas palabras. Porque está exultante: ¡lo han logrado! No sólo está en el espacio, sino que se encuentra en una órbita verdadera y estable alrededor de la Tierra, no derivando sin rumbo hacia cualquier lugar. Ahora, incluso si todo saliera mal y nunca pudiera volver, Yuri Alekseyevich Gagarin pasaría ya a la historia como el primer navegante verdadero del cosmos: el cosmonauta original. Sin embargo, el terror de las niñas de Lyubertsy tiene toda la intención de regresar sano y salvo, aunque sólo sea para volver a ver a sus hijas y celebrarlo como corresponde a tan excepcional ocasión. Contesta, a las 09:56:
–Recibido, recibido, Zarya-2. Kedr está en órbita calculada alrededor de la Tierra. Continúo el vuelo, me encuentro sobre América [...]
En realidad no se halla sobre el continente americano, pero puede verlo a la confusa luz del amanecer desde allá arriba, donde ya no hay “arriba” ni “abajo”. Sobrevuela el Pacífico Sur en dirección a la Península Antártica para pasar al Atlántico mientras el sol sale ante sus ojos a toda velocidad. Cristóbal Colón, Fernando de Magallanes, Vasco de Gama, Yuri Gagarin, susurra la Historia en sus oídos. En el noticiario de las diez en punto, Radio Moscú comienza a anunciar al mundo que hay un cosmonauta soviético en el espacio, para asombro de las gentes y las naciones. Yuri intenta varias transmisiones durante estos minutos, pero no se reciben en la URSS, al otro lado del planeta. Salvo una, a las 10:13, emitida ya desde el Atlántico Sur: “Os recibo bien; el vuelo sigue…”.
A las 10:25, la Vostok-1 conmuta automáticamente a actitud de reentrada. Se encuentra cerca de la costa angoleña, a 8.000 kilómetros del punto de aterrizaje previsto en Rusia occidental. Los retrocohetes se disparan durante cuarenta y dos segundos; con eso, la nave espacial pierde velocidad y comienza a caer de nuevo hacia la Tierra sobre África. Diez segundos despúes el computador de a bordo ordena la separación del módulo de equipamiento, pues está previsto su aterrizaje por separado.
Entonces sucede un fallo que está a punto de terminar con la misión y matar a Gagarin durante la ardiente reentrada: un grupo de cables no se separa correctamente y los dos módulos quedan enganchados. Además, conforme vuelve a haber aire alrededor de la nave, aunque sea todavía muy tenue, la Vostok-1 comienza a girar sobre sí misma a gran velocidad debido a la forma esférica del módulo de descenso. Sin embargo, Yuri no trata de comunicarse para decir que algo va mal: ha deducido correctamente que estas anomalías no ponen en peligro a la nave y, según diría después, “no quise hacer ruido innecesariamente”. Unos minutos más tarde, el grupo de cables que ha impedido la adecuada separación se quema por el enorme calor de la reentrada y los dos elementos de la Vostok-1 se distancian por fin. Yuri se encuentra ahora sobre Egipto y la nave sigue rotando con fuerza, sometiéndole a aceleraciones de 8,5 g, pero el cosmonauta permanece consciente y sigue sin transmitir nada en particular.
A partir de las 10:35, la Vostok-1 pasa sobre las pirámides de Egipto y se adentra en el Mar Mediterráneo, al oeste de Chipre. Tras atravesar Turquía, regresa a la Unión Soviética por la costa del Mar Negro, cerca de Krasnodar. El cielo vuelve a ser azul. Sigue descendiendo en dirección al Volga y por fin, a las 10:55, Yuri activa el asiento eyectable a siete kilómetros de altitud tal y como estaba previsto. Esto generó alguna polémica con posterioridad, puesto que se suponía que los cosmonautas debían permanecer con su nave hasta el aterrizaje para hacer valer sus récords ante la Federación Aeronáutica Internacional (aunque, como no podía ser menos, la cosa quedó definitivamente saldada a su favor; y, de todos modos, esto era ya astronáutica). Sin embargo, esta era una preocupación completamente secundaria para el equipo del señor Número 20: la toma de tierra final podía ser dura y no estaban dispuestos a que uno de sus valiosos cosmonautas se rompiera los dientes así como así. Por tanto, hubo tres paracaídas en el aire: el del módulo de descenso, el del módulo de equipamiento y el de Yuri. Debido a los problemas de separación sobre África, el módulo de equipamiento caería bastante lejos.
A las 10:55, dos chicas adolescentes vieron aterrizar el módulo de descenso de la nave espacial Vostok-1. Lo contaron así: “Era una bola muy grande, como de dos o tres metros, con un paracaídas enorme. Cayó, rebotó y volvió a caer. Se hizo un agujero bastante grande donde había caído por primera vez…”
Yuri, cuyo paracaídas se ha abierto a 7.000 metros de altitud, es arrastrado por un viento suave hasta las orillas del Volga. Allí desciende, sobre unos campos de cultivo, y ve a una niña que señala hacia él, con su mamá y una vaca. Son las once y cinco, y la Humanidad ha entrado en la Era Espacial de la mano del Diseñador Jefe y el joven bajito del mono naranja que se llama Yuri Alekseyevich Gagarin. La mamá parece asustada, pero la niña –Rita– le mira con unos ojos enormes y llenos de fascinación.
–¡Mira, mamá! ¡Hay un señor que baja del cielo!
Y colorín colorado, este cuento no ha acabado y ya nunca terminará.