A mucha gente le he impresionado estos días no sólo la visión, con una claridad sin precedentes, de los efectos de un terremoto y un tsunami gigante sobre una sociedad avanzada. Le ha impresionado aún más la reacción de esa sociedad, despertando por doquier respeto y admiración.
Japón ha ido ganando influencia social casi en la misma medida en que la ha ido perdiendo económicamente. Las costumbres japonesas que han alcanzado occidente ya no se limitan a algunas artes marciales. Quizá las técnicas de gestión niponas ya no gocen de la aureola que tuvieron durante los años 80, pero la influencia del Japón cubre ahora un amplísimo espectro que va desde la cocina hasta las artes decorativas o la industria del entretenimiento.
Con una interrelación cada vez más intensa, no era de extrañar la gran dependencia emocional que se ha puesto de manifiesto con el gran terremoto. Las historias que han llegado a nuestras pantallas nos han llegado también al corazón, apelando a sentimientos que han resultado ser universales, pero enfocados de una forma totalmente distinta.
El carácter estoico japonés no resulta nuevo para el occidental. Sabe de él desde mucho tiempo atrás. Sabe que se forja en un sistema educativo orientado a la cohesión del grupo, en un animismo religioso poco dado a la idolatría o al exceso, en una defensa feroz pero pragmática de la herencia cultural.
Pero, desde luego, no lo había podido ver enfrentado a la tragedia a esa escala, y en YouTube.. Quizá decir que el occidental no había experimentado estos mismos sentimientos en el gran terremoto de Kobe de 1995 sólo porque fue el último de la era pre-internet sea exagerado.
Pero combinando ambos factores, una fascinación cultural sin precedentes y unos medios técnicos capaces de transmitir la catástrofe con la mayor granularidad, la inmediatez, la visión personal, podemos vislumbrar una gran novedad: Las catástrofes van a ser, partir de ahora, pero sobre todo en el País de la Electrónica, catástrofes en HD.