Soy un Otaku. Ni un Sudoku, ni un Tatami, ni tampoco un Kamikaze. Soy un Otaku, o eso me han dicho.
Japón perdió la Segunda Guerra Mundial. Y la perdió en medio del fragor atómico. Eso debió de doler. De las cenizas radioactivas emergió, cual Godzilla, un gigante industrial que poco a poco, como lluvia fina, ha ido empapando de su cultura nuestro mundo.
Y así hemos ido descubriendo que para echar unas risas, nada mejor que ir de Karaoke. Y si el viaje en tren se pone pesado, sácame ese Sudoku. Y qué me dicen del Sushi... esa improbable maravilla culinaria de un futuro en el que se suponía que todo iba a venir en comprimidos...
Pero de todos estos avances, el más profundo, el de mayor calado, afecta a nuestra juventud. Como decía uno de los personajes de la serie Comic Party, el Japón conquistará el mundo mediante el Manga.
Un mundo onírico de personajes idealizados impregnado de las esencias sintoístas de miles de pequeños genios en un universo sin tiempo. Demasiado atractivo.
Estamos perdidos. Disculpad que me pase al enemigo.
Toda resistencia es fútil.