lunes, octubre 06, 2008

La soledad del astrónomo

Me había propuesto ayudar a una diminuta agrupación astronómica de una villa vecina para que expusieran sus logros en el centro cultural del ayuntamiento de mi pueblo, Teià.

No fue un camino fácil. Yo, de dinámica de grupos, sé bien poco, y tengo tendencia a entrar en los asuntos como un elefante en una cacharrería. Cuando se llega a algún lado con tanto entusiasmo e ilusión, se concitan también muchos recelos por eso que se llama equilibrio del poder, y que no solo afecta a las grandes potencias, no.

Cualquier agrupación humana presenta un centro de poder cuya posición física coincide a menudo con la de alguno de sus miembros. Y todos los intentos por mantenerla flotante, equidistante, sobre la colectividad terminan por chocar con la irremediable tendencia del poder a buscar refugio corpóreo, a encarnarse en algún líder, profeta, Mesías o caudillo. Qué le vamos a hacer...

Por eso, es importante recordar que las buenas intenciones no son acreditación suficiente para que uno obtenga el crédito que cree merecer. Además, le tienes que caer simpático al que mande.

Claro que algunos llegan muy lejos sabiendo cómo manejar ese delicado equilibrio. Terminan por gobernar grandes corporaciones, países enteros, y la vida de muchas personas.

Otros, ni siquiera saben integrarse en una organización de aficionados y sufren el típico proceso de 'rechazo de cuerpo extraño', que implica que a uno le ignoren, o le reprendan por traspasar reglas internas que ni siquiera fueron promulgadas.

Pero como soy un cabezón, hice oídos sordos a todo eso, y llevé a este pequeño grupo de amigos a exponer. Llamé a la exposición ‘El cielo: una pasión común’. Obtuve el visto bueno del ayuntamiento de mi pueblo, y la suerte quiso que la penuria organizativa se paliara un poco con el préstamo de una veintena de obras de temática cósmica (en su más amplio sentido) realizas por la esposa de uno de los miembros de la agrupación. Así, con la perspectiva de darle a esa colección un poco de visibilidad pública, y acaso algún comprador, la exposición se llenó, súbitamente, de arte.

Y no solo eso: impliqué en el proceso a otras organizaciones más grandes, solicitando el préstamo de material, apelando incluso a la bondad de particulares, sorteando innumerables escollos.

Al final, todo auguraba una brillante inauguración.

Pero a la hora señalada, fue el cielo el que quiso ser protagonista, como dándome la razón por el título que le había dado a la exposición, y una monumental tormenta convirtió la calle que discurre ante la sala de exposiciones en una auténtica riera de agua y fango por donde era casi imposible circular.

Así fue como la sala de exposiciones se encontraba prácticamente vacía cuando llegó el representante del grupo de aficionados encargado del discurso inaugural.

Este señor me había causado más de un mal de cabeza dentro de lo que, unas líneas atrás, describí como 'rechazo de cuerpo extraño', pero yo no le deseaba semejante vergüenza.

Al final, como suele suceder en el teatro, todo sale bien. Fueron llegando algunas autoridades, y pudieron por fin intercambiarse discursos, brindis y pastas.



Pero al irnos de la sala, me seguía asaltando el mismo sentimiento de soledad.

¿Será la soledad del astrónomo aficionado?