miércoles, septiembre 10, 2008

Los fantasmas de Lincoln

Pocas ciudades conservan ese toque mágico que tiene la parte alta de la muy romana y normanda Lincoln, Lincolnshire, Gran Bretaña. Ni siquiera la cercana e igualmente encantada Nottingham de Robin Hood, compite con Lincoln en cuanto a prestigio sobrenatural.

Porque, en el Lincoln clásico, toda morada que se precie incluye entre sus atributos algún encantamiento, alguna figura de gris, algún caballero fantasma. Ni siquiera la señoral Lindum House, otrora residencia de ricos industriales y ahora refugio de ejecutivos de multinacionales alemanas, y donde tuve el muy dudoso privilegio de habitar en total soledad por dos semanas, se libra.

Nos alejamos del grupo de turistas que siguen el Ghost Walk, el Paseo del espectro, a lo largo de las tradicionales paradas del White Hart Hotel y el resto de escenarios de sobrenaturales apariciones para sumergirnos en nuestro encantamiento particular.

Atravesar el arco que conduce desde el castillo de Guillermo el Conquistador hasta la catedral es sumergirse en un mundo fantástico donde espiritus bimilenarios revolotean a tu alrededor.


Dejamos a nuestra espalda la casa que vió nacer a William Logsdail, uno de los mejores paisajistas que ha conocido el país, y nos topamos con la imponente fachada de la milenaria catedral, toda ella de normanda austeridad.


Una verdadera factoría espiritual que, en sus infinitos arcos, parece hablarnos de dimensiones temporales que el hombre moderno parece haber olvidado.

Al rodear su descomunal mole, al sentirnos empequeñecidos por su colosal torre, nos sentimos más unidos a esa espiritualidad. Casi podemos ver fantasmales figuras desfilando por los prados que la rodean, o sobre las lápidas de las tumbas que tapizan sus sombríos contornos.

Quiere la imaginación popular, aún hoy, en el siglo de la ingeniería genética, que el diablo envió un par de genios a asolar el norte de Inglaterra. Siendo la de Lincoln la mayor catedral del país, los dos genios no pudieron resistirse a visitarla con aviesas intenciones, dedicándose a causar gran revuelo, destruyendo esto y aquello. Uno de ellos, al huir de un angel que había sido enviado para destruirlos, se escondíó entre las figuras que decoran los capiteles de las columnas, adoptando una simpática pose que le sirviera de perfecto camuflaje. Pero, al ser descubierto por el angel, fue convertido para siempre en piedra. A este diminuto genio que, desde entonces, mora pétreo y escondido en un rincón de la catedral, le pusieron por nombre Imp.

Hoy en dia, los niños, y los no tan niños, que visitan a diario la catedral se divierten siguiendo las pistas que les lleven a localizar la recoleta figura. Y si no lo consiguen por sus propios medios, siempre podrán proveerse de su propio Imp en la tienda de souvenirs.

Respecto al otro, al que consiguió escapar... bueno, según algunos, se dedicó a asolar otros santos lugares, como la iglesia de San Jaime en Grimsby, donde acabó también convertido en piedra por el ángel.

Mucho tiempo después, WIlliam Usher se hizo rico, y llegó a ser Sheriff de Lincoln, reproduciendo al pequeño Imp en infinidad de joyas. Esta curiosa simbiosis esconde, sin embargo, un secreto: este simpático diablillo no es el único genio que habita la catedral.

Otros, más diminutos aún, se esconden, escrutándonos con burlonas muecas, en el sitio más improbable de toda la inmesa catedral... a lo largo del arco que enmarca la entrada principal bajo el que discurren miles de fieles y visitantes cada día.


Después de habernos sumergido por unos instantes en el mágico universo de la Inglaterra mítica, descendemos por la Steep Hill de vuelta al prosaico mundo del Lincoln moderno, sus resplandecientes casas de te y decoración, sus Pie Restaurants, sus tiendas de reliquias de la Bomber County, y también de su sórdido Cloud Number 9, donde las jovenes estudiantes locales tratan de conseguir haciendo striptease ante un público provinciano esas 400 libras diarias que han de librarlas de todo mal. O eso promete la matrona del antro, que no se ha percatado de que, esta noche, entre el escaso público, se ha colado sin pagar un espectador de excepción.

El segundo Imp, el que burló al angel, en una de sus visitas a sus hermanos presos, ha tenido a bien descender entre los mortales y ahora se esconde en la oscuridad entre el humo del local, disfrutando una pinta de cerveza.