miércoles, julio 16, 2008

Shackleton, Scott y otros chicos del montón

Os confesaré un secreto. Antes de conocer sus detalles, la historia de supervivencia de Ernest Shackleton en la Antártida me ha inspirado en muchas ocasiones.

Luego vino la apisonadora de la historia, que siempre quiere poner a cada uno en su verdadero lugar. Y supimos lo que quizá siempre supieron aquellos que de verdad querían saber... Que Shackleton es otra invención de los británicos, tan dados al show business, al drama y a la comedia. Siempre dispuestos a hacer suya aquella cita de uno de sus más famosos conciudadanos, Oscar Wilde.

My own business always bores me to death. I prefer other people's.

Y no es que lo de Shackleton fuera pura mentira, sino que su insólita aventura polar figura inscrita en la columna de los éxitos, por no haber llegado pero haber sobrevivido. Justo al lado del éxito de Scott, por haber llegado, aunque tarde y para no contarlo después.

Pero la historia de cómo contar la historia les viene de lejos a los hijos de la Gran Bretaña. Ya en los albores de la pérfida albión, entre pócimas druídicas y encantamientos sin cuento, comprendieron que lo que no se cuente, no existe. Que era necesario no sólo el verbo, como dice la Biblia, sino el relato completo.

Así que los británicos se pusieron a ello con denuedo, usando en primer lugar sus primeros mitos. Cuando éstos se les acabaron, no se les cayeron prendas en tomárselos prestados a los otros.

Y así pasaron del desconocido, aunque simpático, Rey Arturo a Julio Cesar, y luego ya nadie estuvo seguro en ningún lugar del mundo. No solo los amigos, también los enemigos.

Ya entrados en el Siglo XX, los sucesivos fracasos británicos en los polos y el Himalaya no arredraron sus febriles maquinaciones teatrales. Las muertes de Scott, Mallory, incluso la supervivencia de Shackleton, que pronto se reveló más bien provisional, no hicieron sino avivar aún más la llama artística de un pueblo que lo admite todo menos privarse de una buena historia.

Y quien sabe, a lo mejor tienen razón. En el interim, no sólo se divierten ellos. Divierten al resto del mundo con sus soberbias interpretaciones. Ojalá algún día se interesen por nuestros asuntos...

¡Levántate, mío Cid! Apréstate al combate, mi buen Hernán Cortés. Circunnavega el globo aún ignoto, mi almirante El Cano, vuela hacia un mundo nuevo, mi valiente Ramón Franco.

Pero contratad antes un buen guionista británico.

¡Ah, y luego no os olvidéis colgarlo todo en youtube!