De ambas se dice que son las más antiguas de entre las actividades humanas. Ya se sabe que antes debió de venir la caza y la recolección, pero esas eran actividades urgentes, impuestas por el entorno, y que absolutamente todo el reino animal observa.
La astronomía era otra cosa. Requería un esfuerzo de abstracción, interpretación. La prostitución también requería ambas cosas, en ocasiones.
Aunque la profesión de astrónomo no aparece muchas veces en los textos sagrados, los astrónomos eran personajes de amplia reputación entre la realeza, el clero y el ejército. Y, hablando de reputación, la prostitución es la actividad más popular descrita en la Biblia.
Así que estas dos actividades siempre han venido ligadas hasta el presente, aunque los vínculos no siempre hayan sido aparentes. Pero, veámoslo así: El astrónomo no produce nada, se limita a sacar sus telescopios para dejar que los clientes se den solaz por la mera observación vouyeristica de los astros.
Por supuesto, el astrónomo dice saber mucho sobre esos puntitos brillantes que titilan a una distancia absurda en la noche, sabedor que nadie irá allí para comprobarlo, como en el cuento de la estrella en el espejo.
Es como La Madamme. Y el cliente pone el resto. Es decir, su inagotable sed de trascender, de comprender y de paso hacerse inmortal. Quizá por eso, suela salir un poco frustrado del Meublé, porque del frio tubo del telescopio no sale nada, más que vacilantes motitas de luz y un severo acogotamiento.
¡Y qué sabrán ellos!