A algunos, el traje de luces les parece ridículo.
Es como si, al espantoso espectáculo de la muerte de un animal, le unimos un chiste macabro. Pero es que, el traje de luces es, en realidad, el de un payaso. Así es como se concebía el toreo a pie en época de Carlos I, cuando se alumbro la que hoy llamamos La Fiesta Nacional.
De esta forma, para una buena parte de ciudadanos españoles, estos payasos se han convertido en héroes, en ciudadanos valiosos para la comunidad... en novios, parejas de duquesas y folclóricas... Y siendo ellos payasos, en payasos han convertido a sus defensores.
Dicen de ellos que son hombres valerosos porque se yerguen altaneros en su ridículo traje de campanillas, en un circulo de arena, frente a un animal aterrorizado, confuso y sangrante. Y no lo hacen solos. Suelen rodearse de una cuadrilla de seres menores que se ocultan tras las tablas cuando se han asegurado que el monstruo es ya una sombra agonizante, de la que el payaso en jefe podrá hacer un buen espectáculo hasta el momento final del arrastre.
Esta es la España atávica, la España odiosa y oscura que hemos de dejar atrás, enterrada en el olvido lo antes posible.
No podemos dejar que nuestros hijos descubran esta ignominia de la que pretenden hacernos cómplices. Nos denigra a todos. La Fiesta Nacional debe ser erradica, y sus seguidores, dispersos.