miércoles, mayo 23, 2012

Mi sábado por la tarde estrellado (adelanto)


El gigante alado emitió un lejano rugido y se deslizó sobre mi cabeza ladeándose con elegancia hacia su primer giro entre las nubes, en espera de que el controlador le diera pista de aterrizaje. Su color marrón, sin marcas, denota que se trata de otro vuelo transportando semovientes, que así es como se denomina oficialmente el abobinable tráfico de seres humanos.

Hoy es jueves por la mañana, y hace un calor sofocante. En la zona de carga del aeropuerto les espera una pequeña flota de trailers que les llevará, tras pasar el control sanitario y papeleo donde se les declara aptos para entrar al país, a los almacenes de los mayoristas. Allí se les preparará y acicalará para tratar de aumentar su valor de mercado. Y mañana, el lote se unirá a otros en el mercado a las afueras de la ciudad para ser expuestos uno a uno en lonjas refrigeradas desde la madrugada hasta el mediodía.

Entonces, se podrá comprobar si los precios siguen a la baja por cuarto mes consecutivo o si por el contrario se aprecia una ligera recuperación después de la burbuja que hemos vivido en los últimos años y que, al reventar, ha llevado a muchos tratantes a la ruina.

Aquellos ejemplares que hayan encontrado comprador pasarán una inspección médica a cargo de su nuevo dueño, y serán entregados el sábado por la mañana con todos sus permisos. Esa misma tarde, algún ama de casa o algún niño chillarán de alegría al ver su nuevo semoviente. Aquellos que el viernes no encuentren comprador tendrán otra oportunidad el martes siguiente. Hasta ese día, serán almacenados, hacinados, en diminutos contenedores en los que sus esperanzas de ser adquiridos se diluirán rápidamente si enferman, se lesionan o simplemente pierden la tersura de su piel. Y si tampoco lo consiguen el martes, volverán a ser expuestos durante el resto del mes pero ya no de forma individual, sino como parte de lotes para trabajos pesados en los que la tasa de mortalidad es muy alta.

Aunque la actual legislación es, como la denominan, proteccionista e impide el sacrificio o la tortura de semovientes, existen determinadas fiestas populares protegidas como bienes culturales en las que tradicionalmente se autoriza el uso de seres humanos para reproducir determinados episodios históricos en los que muchos semovientes perecen. Estos ejemplares son comprados a peso entre aquellos que no han podido ser colocados en las lonjas del mercado central. Además, existen muchos motivos por los cuales un semoviente puede ser sometido a eutanasia, entre los cuales se encuentra una condición médica de mal pronóstico o ser portador de determinadas enfermedades infecciosas a erradicar.

Pero he oido hablar de verdaderos holocaustos atribuidos a grupos paramilitares que luchan por el control de los lucrativos negocios del trafico de semovientes ilegales, drogas, inmigrantes, prostitutas, esclavos sexuales o incluso sicarios al por menor.

En cuanto a mí, soy un hombre mayor que vive solo en un microhabitat muy cerca del mercado, y aunque los sistemas de lavado y ventilación funcionan a pleno rendimiento, el parque de semovientes sin dueño se ha disparado y mis fosas nasales han terminado por acostumbrarse e ignorar el hedor que proviene de los contenedores en verano. Aunque ahora soy funcionario, mi profesión era músico, y aún doy clases de piano una vez por semana a una jovencita, Kiara. Para imaginártela, piensa en una pequeña muñeca asiática de porcelana. Así es ella. Cuando tocamos juntos, por un momento olvido donde vivo y todo lo que me rodea, incluso del hedor. Pero luego hay que volver a la realidad, aterrizar en ella, como ese grupo de semovientes asiáticos que acaban de pasar por encima de mi cabeza.

El mío es un barrio muy deprimido donde se apiñan más de medio millón de seres humanos entre edificios medio en ruinas y descampados donde se reunen grupos de drogadictos y semovientes fugitivos, que han logrado escapar pero que deben vivir en las calles sin otro recurso que el crimen. Cuando son capturados, se les somete a un tratamiento que les convierte en zombies y sus órganos son puestos a disposición de gente rica para mantener una especie de eterna juventud. Dicen que hay millonarios de más de ciento veinte años de vida por este sistema.

Todo esto me indigna, me repugna y estoy considerando seriamente hacerme voluntario en alguna organización contra el tráfico de seres humanos, pero antes debo encontrar tiempo porque mi jornada laboral actual es de doce horas diarias más tres de desplazamientos, de domingo a sábado por la mañana. 

Y el sábado por la tarde es el único momento en el que puedo dedicarme a mi verdadera pasión: la observación astronómica.

Desde que era un niño, a este momento le llamo Mi sábado por la tarde estrellado.