lunes, marzo 05, 2012

Máscara

Te traigo una pequeña historia sobre una máscara. Habla de tí. Habla de todas las personas que luchan.

Amar consiste en darle a alguien el poder de destruirte completamente.
Autor desconocido.
León sólo ha heredado de su padre el viejo velero en el que vive en el muelle, el Incorregible. Joven, impulsivo y soñador, León se gana la vida como grumete del yate de recreo que un rico magnate vienés tiene en Venecia. Pero una noche, durante un carnaval y aprovechándose de un rico disfraz que ha tomado prestado por medios poco claros, simula ser un joven de buena cuna para conocer a Sylvia, la hija menor de la familia, una hermosa muchacha de la que está secretamente enamorado.

Cautivado por los ojos verdes y la ingenuidad de Sylvia, el muchacho pronto le confiesa su verdadera identidad, pero su arrojo y gracia cautiva a la joven y ambos viven un fugaz romance a escondidas de sus severos padres. Pese a todas las dificultades, ambos acuerdan reunirse en secreto cada martes en el muelle justo antes de la caída del sol.

Sin embargo, unos meses después, un fanático nacionalista asesina en Sarajevo al archiduque Francisco-Fernando de Austria-Hungría y a su esposa, la condesa Sofía, dando lugar a los sucesos que desembocarán en pocas semanas en la peor conflagración de la historia de la humanidad, la Gran Guerra, y León es despedido por el padre de Sylvia, ferviente defensor del emperador, por el mero hecho de ser compatriota del asesino.

Pero León no puede olvidar aquella primera imagen de los verdes ojos de Sylvia enmarcados en una máscara de carnaval. Sin otro medio para ganar una posición en la vida, y buscando hacerse merecedor del amor de Sylvia, cuando estalla la guerra León aprovecha las movilizaciones masivas para alistarse como voluntario en el ejército alemán.

Der Krieg; #12, Otto Dix
National Gallery of Australia

Pronto, sin medios ni contactos, es enviado al frente occidental para convertirse en carne de cañón. A los pocos días de incorporarse a su destino en Flandes, exhausto y consternado por el rigor del combate, en un intento por huir de la realidad se ajusta una máscara de gas que pretende es de carnaval, y ya adormilado, puede ver una nube verde aproximarse, del color de los ojos de Sylvia. León se duerme con una sonrisa en la boca.

Pero el verde es el color de los gases de cloro con los que su pelotón es atacado antes de recibir un fortísimo bombardeo del que León es el único superviviente, aunque gravemente herido. Cuando le retira la máscara que milagrosamente le ha salvado la vida, una enfermera comprueba que su rostro ha quedado desfigurado y que ha perdido la visión. Durante meses, León vive en la oscuridad, atendido devotamente por esta silenciosa mujer, cuyo olor le recuerda vagamente la fragancia de Sylvia.

Debes saber que, durante la Gran Guerra, los obuses no se fragmentaban tan eficientemente como en la Segunda Guerra Mundial. Como resultado, la metralla alcanzaba a menos hombres, pero lo hacía de forma mucho más severa, provocando con frecuencia horribles heridas como la que había convertido a León en un monstruo al que resultaba difícil mirar sin sentir repugnancia.

Además, ambos bandos emplearon durante el conflicto una panoplia de agentes químicos para asfixiar, paralizar o separar la piel de la carne al enemigo. Al principio, se emplearon gases de cloro, cuyo color verde y penetrante olor los hacía fácilmente reconocibles para tropas entrenadas. Pero con el paso del tiempo, se fueron añadiendo nuevos y más letales compuestos que culminaron en el gas mostaza. El confinamiento de grandes cantidades de hombres en trincheras permitió el empleo eficaz de estas armas cuyos efectos, tanto físicos como psicológicos, se prolongaron en los supervivientes mucho después de la guerra. Pese a que quizá las bajas provocadas por el empleo de gases fueron poco significativas en el monto total de la guerra, el horror que causaron al mundo fue tal que quedaron prohibidas a partir de 1925 por la Convención de Ginebra. Un verdadero ejercicio de hipocresía.

Pero volvamos a León.

Cuando por fin puede valerse por sí mismo, aunque su visión apenas le permite ver manchas borrosas, León se ve reflejado en un espejo, se horroriza por su propio aspecto y huye del hospital. Junto con cientos de miles de mutilados y heridos, trata de ganarse la vida haciendo todo tipo de trabajos por las calles de Viena. Un día, convertido en hombre anuncio, ve a Sylvia en la calle, y sus ojos se llenan de lágrimas ante su hermosura y los recuerdos de su amor. Vencido por el dolor, León huye a un lugar remoto donde espera en soledad poder olvidarla. Pero los recuerdos le acosan noche y día y no encuentra reposo, por lo que, desesperado, decide recurrir a los oficios de una mujer a la que todos llaman bruja. La vieja harpía le pide todo tipo de detalles sobre el objeto de su amor, deseo que León satisface con creces. Le explica cómo la conoció durante un baile de carnaval y de qué color son sus ojos, entre otros miles de detalles.

La mujer entra en trance y dice haber recibido del más allá una visión según la cual una máscara deberá volver a servirle para recuperar su amor haciendo ver a la muchacha el verdadero hombre que se esconde tras su horrible apariencia. A continuación le entrega una vieja máscara de carnaval después de incensarla profusamente, pero le advierte que la máscara sólo permitirá ver su verdadera personalidad si la muchacha está verdaderamente enamorada. Deberá enviarla sin revelar su identidad y asegurarse naturalmente de que la joven la porte cuando se presente ante ella con ocasión del gran baile de carnaval que pronto habrá de celebrarse en Venecia. Así, León se revelará ante ella ya no como un monstruo de deforme rostro, sino como el joven hermoso que ella había conocido.

En realidad —como puedes imaginar—, la bruja era tan sólo una mujer sin escrúpulos que había urdido un plan para engañar al joven y hacerse con las pocas monedas que con tanta dificultad había ahorrado.

Siguiendo las instrucciones de la bruja, el joven encarga a un mozo del puerto, y al que conocía de cuando trabajaba como grumete, para que le lleve la máscara al palazzo donde reside la familia de Sylvia, sin revelar su identidad. Tratándose de un regalo de tan pobre hechura, el mozo desconfía de que la joven vaya a aceptarlo, pero parte con el encargo mientras León termina de hacer los arreglos para que ambos se encuentren en Venecia durante el gran baile de carnaval.

La máscara, sin embargo, no llega a la muchacha porque su familia se ha mudado sin avisar y Sylvia se presenta en el baile con una rica máscara regalo de un acaudalado pretendiente, quien también planea encontrarse con ella durante el baile.

Cuando León consigue por fin colarse en el baile y dejarse ver por Sylvia, no advierte que ella no lleva la máscara que la bruja le entregó, y cae desmayada ante su visión, mientras su pretendiente ordena a los criados que echen al monstruo de la sala sin contemplaciones. León comprende que, según le advirtió la bruja, ello significaría que ella no le ama. Aturdido, abandona el baile y se embarca en su fiel Incorregible para dirigirse a mar abierto con la intención de arrojarse al mar. Sin embargo, una terrible tormenta casi le hace naufragar, arrojando su barco contra una costa desconocida. Agotado, llega al amanecer a una playa desierta y conoce a una muchacha que no parece horrorizarse por su aspecto. Se trata de Stefania, una joven que cuida de su padre anciano viviendo en una humilde choza a orillas del mar.

León decide vivir en aquella playa y, creyendo haber conocido el amor verdadero en la persona de Stefania, llega a olvidar a Sylvia, y después de unos meses, se reune con el anciano padre de Stefania y le solicita en matrimonio a la joven. El anciano, alborozado, les bendice, y ruega a León lo prepare todo para una sencilla ceremonia en la pequeña iglesia de Santa Maria de los Milagros, en Venecia.

Sin embargo, cuando León llega a la ciudad para casarse con Stefania e invita al joven que le sirvió de mensajero a participar de la buena nueva, éste, embriagado, le confiesa, como ya sabemos, que la máscara que remitió a la muchacha jamás alcanzó su destino porque su familia se había mudado sin dejar señas, y temeroso de perder el dinero que había recibido, decidió no decirle nada. León cree enloquecer al comprender que quizá no se cumplió el hechizo de la bruja por una torpeza y sale en busca de la muchacha, sin haber descubierto que su prometida Stefania le ha seguido discretamente.

Cruza mil puentes sin saber dónde dirigirse hasta reparar en que es martes y el sol está ya poniéndose en el horizonte. León tiene una corazonada, y se dirige al muelle.

Como una visión sobrenatural, Sylvia parece estar esperándolo. Ambos se reunen en silencio, mientras León mantiene cubierto su rostro con una pieza de tela. Sylvia le toma de la mano y le acompaña a la entrada de una sencilla estancia donde vive con su madre frente al muelle. Su padre se quitó la vida al arruinarse tras la guerra, dejándolas a las dos sin apenas medios para subsistir. León le entrega la máscara con el ruego de que se la ponga.

Sylvia, cuya belleza apenas se ha marchitado por el terrible curso que su vida ha tomado, ha visto a Stefania asistiendo muda de dolor a la escena sin que León se haya dado cuenta.

León se descubre lentamente el rostro. Sylvia lo mira en silencio, y baja por fin la mirada. Se apiada de ambos y con voz dulce y suave anuncia a León que por fin ve al hombre que ella amó, y al que jamás ha de olvidar, pero también con infinita ternura le dice que el tiempo ha pasado y ambos deben seguir sus vidas que les han llevado por caminos distintos.

Entonces, Sylvia le devuelve la máscara con gesto triste, que León arroja al fuego, despechado. León abandona la estancia, sin volver la mirada. En el muelle le espera Stefania.

Sylvia sube a su habitación y desde la ventana les ve partir mientras abre un cajón de su cómoda para acariciar una vieja máscara que se encuentra en su interior. No es una máscara de carnaval. Es una máscara grotesca y rota que retiró una vez del rostro de un valiente joven herido de guerra al que esperó durante años sin jamás tener el valor de decirle que le amaba. Sin decirle que le amaba incluso más después de convertirse en monstruo por merecer su afecto.

Pero ahora, simplemente, es demasiado tarde, y pronto las lágrimas vuelven a anegar sus mejillas.


Inicialmente, había concebido «Máscara» como la enésima epifanía de la historia de amor entre una adolescente y un hombre mayor, pero el expresionismo, a veces macabro y descarnado, de un Otto Dix atormentado por la guerra como en su día lo estuviera Goya, me causó tanta impresión que cambié radicalmente el argumento para escribir algo mucho más oscuro sobre la verdad que esconde cada ser humano, ambientado en la tormentosa Europa de principios del siglo XX.

Así, «Máscara» es un relato más basado en la trama que en la descripción de las escenas, aunque se desarrolla en lugares que me resultan tan atractivos como Venecia, Viena o Flandes. También es el primer relato de la serie que sucede en el pasado, y marca la primera aparición del ‘Incorregible’, un viejo velero que sufrirá una serie de encarnaciones en el tiempo y en el espacio.

Sin embargo, fiel al estilo de las otras Microhistorias de amor, «Máscara» esconde un mensaje de esperanza. Ese mensaje que nos sugiere, que nos invita a pensar, que en esa siguiente línea —que ya no aparece impresa— el amor siempre triunfa.

La ilustración corresponde, como no podía ser de otra forma, a un trabajo de 1924 de Otto Dix, llamado «Tropas de asalto avanzando bajo ataque de gas», conservado actualmente en la National Gallery de Australia.

La dramática 'Stone', escrita por el danés Michael Adler Miltersen para su duo Sepiamusic, y que abre su album debut Prototype, del 2003, acompaña a esta narración. Puedes leer la conversación que mantuve con él a propósito de esta pieza en Music from the Trenches.