miércoles, octubre 14, 2009

Coherencia

Déjenme que les hable de X.

En otra ocasión, les hable de un triunfador. De un ejecutivo de modélica carrera, que me inspiraba cierta envidia. Pero hoy les contaré la historia de X. Inspiradora también para aquellos que sepan fijarse en los pequeños detalles que a veces se escriben en el interior de un dedal.

X es un hombre joven, delgado, quizá enjuto. De andares un tanto desgarbados, pero jovial. Nació en un barrio periferico de una gran ciudad. Y, aunque por cuna quizá no le perteneciera, consiguió ingresar por méritos en una escuela de elite, de la que paso a formar parte de una multinacional en la que se le abría ante si una brillante carrera.

Sus primeros años confirmaron los pronósticos, y X pronto se ganó el aprecio de sus compañeros y, lo que es mas importante, de sus jefes. Inició así una carrera ascendente que pareció truncarse luego de forma súbita cuando X anunció que abandonaba la empresa temporalmente para aceptar un destino como miembro de una ONG en uno de los países más pobres y peligrosos del mundo.

A los que nos quedamos en tierra nos pareció una brillante táctica, destinada a ahorrarle las previsibles luchas fratricidas que se avecinaban ante un inminente cambio organizativo, y su regreso, mucho antes de lo previsto, para aceptar un cargo ‘caramelito’ en una rentable delegación a orillas del mar parecieron confirmar la teoría. X había vuelto reforzado de su excedencia.

Y así es como el joven X gozó de un maravilloso periodo profesional, en una posición tranquila y bien considerada, en una hermosa y cosmopolita ciudad, como hombre libre y con dinero en el bolsillo. Y aprovechó buen su oportunidad en el Samsara, en el Siglo. Recorrió doce husos horarios en busca de pequeñas aventuras que, a la postre, le dejaban frío.

Por eso, hoy, cuando ha venido a comunicarme que abandonaba la empresa a fin de mes, a los dos años justos de incorporarse, y que volvía a alistarse como miembro de una ONG para asistir en emergencias humanitarios en los países mas desfavorecidos de la tierra, pero que lo hacía esta vez de forma definitiva, sin vuelta atrás, he sentido una profunda emoción y un montón de sentimientos encontrados.

Por un lado, la pérdida de una persona excelente y buen profesional. Por otro, la alegría de ver a un alma cumplir su sueño, que no puede ser más hermoso que el de ayudar a los demás. X no es un santo, tampoco es infalible. Por ejemplo, creo que a mí me ha juzgado mal desde el principio. Pero es lo que más se parece a una gran persona que yo haya conocido de cerca. Y quizá con el tiempo, también aprenda a juzgar como yo he tratado de aprender de él y su bondad.

¿Saben que motivo me dió para abandonar una brillante carrera, para pasar de una holgada retribución a un sueldo justo por encima del umbral de la pobreza, para renunciar a toda comodidad y decir adios a todos aquellos que más quiere?

‘Coherencia personal’, alegó como causa única de su decisión. He oído eso de la coherencia tantas veces, en tantas bocas.

Políticos, empresarios, personas vanidosas. Pero creo que ésta es la primera vez que escucho a alguien decirlo sabiendo de lo que habla.

Ojala alguien, ahí arriba, nos infundiera algo de eso a cada uno de nosotros, los que nos quedamos en tierra, desayunándonos cada día mojando el tedio en los desastres que siempre quedan tan lejos, que siempre afectan a otros.

Eres grande, mi querido X. Y nosotros tan pequeños. Pero recuérdanos, si puedes.

Yo te recordaré a tí.