Yo sólo tengo un defecto, mi modestia. Y un único anhelo, tenerlo todo. Especialista en perder todas las batallas y ganar la guerra, de vez en cuando cedo al peor de los pecados. La envidia.
Hoy, por ejemplo, repasando la biografía de uno de esos don perfectos, a los que todo el mundo llama triunfadores, me han dado ganas de ceder. De dejarlo estar.
Yo, claro está, ya no seré jamás un niño prodigio.
No sé dónde ni cuando, pero debí tomar algunas decisiones equivocadas cuando aún no era consciente de que estaba tomando decisiones equivocadas. Y no fueron pocas. Debí de tomar cientos de decisiones equivocadas.
Pero heme aquí. Estoy donde quería, pero no tengo ni idea de cómo he llegado.
Será la fe, será la suerte que a veces es injusta y regala la victoria a quien ni siquiera la ha cortejado. Y yo quería hacerlo, pero tenía miedo a perder mi comodidad. O quizá sea, símplemente, un elegido.
Todos somos elegidos. Luego, nos pasamos el resto de la vida tratando de averiguar para qué hemos sido elegidos.
Si queréis un consejo, compraos uno sencillito, e id adaptándolo a vuestro gusto.
Yo sólo os digo que si tenéis un sueño, lo persigáis de día y de noche, y que no os importe lo que digan los demás. Pero esto no es un consejo, es una orden.