jueves, mayo 28, 2009

Homo mobilis

Hace muchos años, una nueva especie de aspecto negruzco y desaliñado inició su andadura hacia la cumbre del reino terrenal.

Foto por Diego Rodríguez

En esta imparable ascensión hubo de luchar contra todo tipo de peligros. Desastres naturales, extinciones y, claro está, la competencia de otras especies.

Frente a estos desafios, esta especie se hizo más pequeña, mas sofisticada y, de depender de un disco numerado, un auricular y un micrófono, pasó a albergar todo tipo de armas evolutivas de bizarras denominaciones.

Conectividad GSM cuatribanda, GPRS, WCDMA, WI-FI, USB, Bluetooth, infrarrojos, doble cámara de fotos y video con flash y visión nocturna, marcación por voz, sistema de posicionamiento global por satélite, memoria intercambiable miniatura de miles de millones de bytes, sistema operativo sofisticado para hacer varias cosas al mismo tiempo, herramientas multimedia, de productividad y juego, televisión, sensor de posición, pantalla táctil de millones de colores de diodos orgánicos... y todo eso sin abandonar su alma original: ser teléfono.

Pero, sin duda, la última y la más peligrosa de esas luchas por la supervivencia fue la librada contra los Ordenadores Personales que, en sólo dos decenios, habían pasado de inocentes juguetes de feria a dominar la Tierra, y ya llevaban años amenazando al reino de los teléfonos.

Buscando una estrategia ganadora, los teléfonos dieron un magistral salto evolutivo, en busca de una especie hospedadora que le sirviera de cobijo y de sustento, que le proporcionara alimento y transporte, y que le sirviera de ventaja decisiva frente a los insidiosos y conspicuos ordenadores personales, que ya habían pasado a la ofensiva infestando todo cuanto tocaban.

Esa especie era el Homo Sapiens.

Millones de seres humanos pasaron a convertirse en esclavos de los teléfonos móviles, albergando en su organismo uno, dos o incluso más unidades, protegiéndolos, mimándolos con cariño en todo tiempo y lugar, no soltándolos ni al ceder al sueño y al agotamiento.

Estos mismos seres humanos que se habían mostrado reacios a dejarse dominar por los ordenadores personales aparecían ahora mansamente unidos al destino de sus nuevos señores. Los diminutos teléfonos móviles se conectaban directamente al cerebro de su hospedador mediante cables o por medio de ondas, bombeando misteriosas consignas en forma de archivos mp3 y capturando la atención de sus ojos con vistosas imágenes en movimiento.

Los seres humanos, abandonados a su destino, deambulaban sin voluntad propia por calles, andenes y aeropuertos transportando a los teléfonos móviles en busca de nuevas fuentes de energía.

La batalla final estaba servida.