Aunque hijo y nieto de enamorados de la historia natural, el joven Charles no hizo sino perder el tiempo a su paso por el colegio de su ciudad natal, en Shrewsbury, y luego en la prestigiosa universidad de Edinburgo y aún el Christ's College de Cambridge.
Quizá añorara la espectacular belleza de los terrenos de su familia, a cuyo cuidado se dedicaba con ahinco su padre, un filántropo de fuerte personalidad.
Pero el caso es que fue un golpe de suerte el que cambió su destino.
Lo que parecía una nueva forma de perder el tiempo, un viaje de dos años a las costas de América del Sur, en calidad de naturalista sin retribución a bordo del HMS Beagle, acabó convirtiendose en un viaje de casi cinco años que cambió para siempre el pensamiento humano.
El buque cincunnavegó el hemisferio sur en dirección oeste, recorriendo no sólo las costas de America, sino también de Australia, el Índico y África.
Sin embargo, aunque su paso por las islas Galápagos sólo duró poco más de un mes, causó tal impresión en el joven naturalista que fue éste el periplo que prendió la llama del genio.
Charles Darwin se aplicó a la obtención de evidencias durante todo el viaje, ya fueran para su propio estudio o para su remisión a otros especialistas. Sin embargo, tuvieron que transcurrir muchos años para que Darwin se decidiera a publicar una ambiciosa obra, 'El origen de las especies', cuya influencia ha alcanzado no sólo la esfera científica, sino la religiosa y moral.
Hoy cumplimos 200 años del nacimiento de Darwin entre demandas por parte de grupos creacionistas de que se equipare la Teoría de la evolución que Darwin enunció con otras doctrinas cosmológicas.
¿Cuantos años deberán aún pasar para que comprendamos la enormidad del legado de este naturalista? ¿Para que comprendamos que la fe y la ciencia tratan de dos asuntos diferentes?
La ciencia trata de lo que sabemos. La fe trata de aquello que creemos.
La ciencia siempre avanza, la fe es infinita.
