Peón a cuatro Rey. Peón a cuatro Rey.
Mucho antes de que Jesús instruyera a sus discípulos para que antepusieran el bien de los demás al suyo propio, el reino animal no paraba de dar ejemplos de altruismo extremo.
Cuando Darwin enunció su teoría sobre la selección natural de las especies, ciega e implacable, el enigma del altruismo quedó para mejor ocasión, convertido desde entonces en el gran enigma de la biología evolucionista.
Se entiende que una madre cuide, que lo dé todo, por sus cachorros, pero... ¿qué haría que un macho adulto, que ni siquiera conoce a su prole, renunciara a su adaptación para el beneficio de un desconocido?
La fría definición de Donald Hamilton para el altruismo, k >1/r, donde k es lo que ganamos o perdemos al hacer lo que hacemos, y r es el grado de relación con el objeto de nuestra acción (si digo filiación o parentesco se enfadarán conmigo algunos biólogos...) no hizo sino oficializar la ignorancia.
Muchos han remodelado la ecuación para hacerla más inteligible. Por ejemplo, en su forma br-c>0, el número b de retoños que el beneficiario tendrá a cambio de la pérdida potencial c de retoños del benefactor se explica por un misterioso factor r, nada menos que la probabilidad de que el alelo del altruismo que se encuentra en el benefactor esté también presente en el beneficiario.
Ayer, una madura aunque atractiva investigadora, Susan C. Alberts, nos hablaba durante un simposium de que quizá el altruismo de los machos, babuinos en su caso, no sea otra cosa que un esfuerzo de apareamiento, o que su bondad no sea tan ciega, y sean capaces de reconocer su progenie entre la multitud.
Las estadísticas no son concluyentes.
El enigma de la bondad continúa.
Peón a cuatro alfil. Gambito de Rey.