El invierno estaba siendo muy crudo en la Toscana. La campiña, desnuda, parece ocultar sus tesoros hasta la llegada de la primavera.
Galileo, ciego desde hace años, permanece recluído en Villa il Gioiello, en la pequeña villa de Arcetri, a las afueras de Florencia, dedicando en soledad su mente a nuevos problemas astronómicos y físicos.
Tras la condena del Santo Oficio, se le ha prohibido recibir a cualquiera con el que poder discutir argumentos científicos. Pero aquella casa colinda con el monasterio en el que años atrás habia consumido su breve vida Maria Celeste, su hija.
Espera que la cercanía al monasterio le permita expiar su culpa por la desgraciada vida que le ha dado a aquellos a los que más quería.
A veces, le parece percibir la amorosa presencia de su hija en la estancia, olvidados ya los reproches, los sinsabores de una vida dedicada a una obsesión.
Finalmente, apiadada la Iglesia por su delicado estado de salud, se le ha permitido cobijar en su casa al joven Vincenzo Viviani, y ultimamente, se le había unido un viejo amigo, Evangelista Torricelli.
Pero ahora, Galileo necesita sentir el frío de la noche en sus mejillas. Esta seguro de que se producirá algún tipo de milagro.
Arrebujado en su bata, ha encontrado la forma de alcanzar el patio interior de la casa, y alzar su rostro hacia el firmamento. De alguna forma, percibe la pálida luz de la creciente luna bañando su cara.
Y esa rara sensación ahora se transmitía por todo su ser, se concentraba en sus ojos, que empezaban a vislumbrar a traves de la oscuridad puntos de brillante luz.
Eran reflejos.
Luego, suavemente, y por sorpresa, de la parte inferior de aquella ensoñación brotaba un panorama de una soledad sobrecogedora. Eran cimas de cenicientas montañas que se erigían por encima de su cabeza y que parecían brillar de forma sobrenatural sobre un fondo negro azabache.
Volaba lentamente, en silencio, a través de un extraño valle. Una enorme montaña, absolutamente yerma y abrasada por el sol se deslizaba por su izquierda.
Extraños ecos y sonidos inundaban su cabeza. Eran voces humanas, pero no parecía reconocer nada de cuanto decían. Un extraño lenguaje que, sin embargo, poco a poco, fue haciendose más claro e inteligible.
Eran dos hombres, de pie el uno junto al otro, embutidos en un estrambótico atuendo, aferrados a la más maravillosa y aterradora agrupacion de luces de todos los colores, que parecían algunas titilar, otras parpadear lentamente, otras inmóviles, frente a dos pequeños ventanales.
Ambos hombres murmuraban extraños códigos que sólo ellos parecían conocer, y a los que en ocasiones respondían metálicas voces que parecían provenir de otro mundo.
2000 pies. 42.
Ok, encontré un buen sitio.
Bien. 42.43.
Mateo, Marcos, Lucas... Estos nombres flotaban en su cabeza mientras discurria sobre lo que parecía un arroyo cuyo cauce se hubiera secado millones de años atras, abrasado y congelado alternativamente por un deslumbrante sol para el que su dia es un mes terrestre.
Menos 5; 100 pies a 5; Nueve por ciento combustible; Menos 5.
80 a 5. Menos 3.
60 a 3.
50 a 3; Los punteros tienen buen aspecto.
Ruido, ruido por todos sitios. El polvo se arremolinaba ante él, le impedía ver nada. Por fin percibía el movimento, la potencia.
80 pies. Menos 1.
Contacto. Bam!
Alguien posa levemante su mano sobre su hombro. Son manos afectuosas, de tibio tacto, manos de mujer.
Se dispersa el polvo. El paisaje se revela. Un extraño y maravilloso resplandor de millones de estrellas se abre paso a través de las llanuras lunares, en mil formas geométricas perfectas, trayéndole un mensaje sideral.
La dura jornada que iniciara tanto, tantísimo tiempo atrás, llega por fin a su fin.
Maria Celeste brilla ante él, acogiéndole con sonrisa amorosa.
Había vuelto a casa.